“…leer era, precisamente, entrar en otro mundo, que no era el propio del lector, y regresar renovado, dispuesto a soportar con ecuanimidad las injusticias y frustraciones de este. Leer era un bálsamo, una diversión, no una incitación.”
Lo dice Susan Sontag en su novela El amante del volcán referido al Cavaliere, embajador británico en la corte de Nápoles, donde los cambios vuelven suspicaces a los monárquicos. Leer a los racionalistas, a los enciclopedistas del siglo de las luces, hace sospechoso al lector de ser un revolucionario al que se debe destruir, un enemigo del rey. El Cavaliere lee a Voltaire, disfruta de sus obras. Con ellas accede a otro mundo, el de la literatura, que no es el suyo, para regresar de él transmutado en otro hombre más sabio, al que se le ha dado conocer un territorio para su propio placer. Leer es un bálsamo, sí. Leer no puede incitarnos a actuar de determinada manera. La literatura con ideas no es literatura, es un panfleto que busca una reacción. El Cavaliere se divierte leyendo. Es, además, el favorito del rey. Otros menos afortunados, nobles como él, sucumbirán bajo el paso de las hordas. Son sospechosos. El pueblo, después de todo, odia a quienes viven mejor, sean o no simpatizantes de su causa. Sucede en Nápoles a caballo del siglo XVIII al XIX.
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