Hay una cita de Eugeni D’Ors al inicio del libro que es toda una declaración de intenciones y que da respuesta a la posible pregunta del porqué del título. Y es que Paniceiros, esta pequeña aldea asturiana, en la que se habla una pequeña lengua, por el número de hablantes que la usa, basta para ofrecernos, a través de sus historias, una panorámica global de la del mundo, pues basta que leamos lo que sucede en esas tierras del Principado para que tengamos idea cabal de lo que es muy probable que suceda en cualquier otro punto del planeta. Historia universal de Paniceiros reúne una colección de estampas, de recuerdos, de narraciones varias en las que su autor, Xuan Bello, hace gala de un estilo que atrapa al lector desde la primera línea hasta la última. Entre sus pretensiones no prevalece solo la de dar cuerpo literario a una tradición presente en el modo de hacer y vivir de los astures, sino también a una lengua, el bable, condenada, por lo que se colige de la lectura, al uso campesino. El libro está traducido al castellano por el mismo autor, y en él se nos cuenta sobre la niebla en Asturias, sobre hombres que emigraron a América o enanos que se comportan igual que criaturas, sobre barcos fantasmas, sobre tesoros escondidos o el modo en el que los indios hopi miden el tiempo, por generaciones y en presente. En la historia de Paniceiros está la historia de cada pueblo. Una canción asturiana, dice D’Ors, con solo que se traduzca a cualquier otra lengua, podrá pasar perfectamente por una canción popular rusa o del País de Gales. Traducido el libro al inglés, y cambiando el nombre de los personajes y de los topónimos por otros británicos, estos hechos que se nos narran podrían decirnos que son historia sajona y lo creeríamos. El alma de un pueblo es la de todos los pueblos. La intrahistoria comparte anhelos, nostalgias, sueños y penas, la hacen los hombres y las mujeres de todas las épocas, estén donde estén, hablen la lengua que hablen. Con todo, yo que pasé mi infancia y adolescencia en un barrio periférico y obrero de la España de los setenta, década en la que sitúa Xuan Bello las suyas, me pregunto si la historia de quienes lo hemos habitado podría intercambiarse con la de los criados en un barrio de Nueva York y resultar equiparables. Es probable que sí. A los textos del libro los acompañan fotografías en blanco y negro, ventanas a través de las cuales accedemos a ese mundo rural y desvaído, perteneciente a un pasado próximo pero tan distinto, en las que las personas retratadas posan de un modo severo, tal vez no demasiado convencidas de que la cámara vaya a captarlos tal cuales son; igual si se tratase de indonesios, si de incas o sardos, unidos todos por una misma capacidad para sentir la vida y la muerte como un sucederse continuo de sombras, a cuál más densa y tenaz.
sábado, 17 de abril de 2010
Historia universal de Paniceiros
Hay una cita de Eugeni D’Ors al inicio del libro que es toda una declaración de intenciones y que da respuesta a la posible pregunta del porqué del título. Y es que Paniceiros, esta pequeña aldea asturiana, en la que se habla una pequeña lengua, por el número de hablantes que la usa, basta para ofrecernos, a través de sus historias, una panorámica global de la del mundo, pues basta que leamos lo que sucede en esas tierras del Principado para que tengamos idea cabal de lo que es muy probable que suceda en cualquier otro punto del planeta. Historia universal de Paniceiros reúne una colección de estampas, de recuerdos, de narraciones varias en las que su autor, Xuan Bello, hace gala de un estilo que atrapa al lector desde la primera línea hasta la última. Entre sus pretensiones no prevalece solo la de dar cuerpo literario a una tradición presente en el modo de hacer y vivir de los astures, sino también a una lengua, el bable, condenada, por lo que se colige de la lectura, al uso campesino. El libro está traducido al castellano por el mismo autor, y en él se nos cuenta sobre la niebla en Asturias, sobre hombres que emigraron a América o enanos que se comportan igual que criaturas, sobre barcos fantasmas, sobre tesoros escondidos o el modo en el que los indios hopi miden el tiempo, por generaciones y en presente. En la historia de Paniceiros está la historia de cada pueblo. Una canción asturiana, dice D’Ors, con solo que se traduzca a cualquier otra lengua, podrá pasar perfectamente por una canción popular rusa o del País de Gales. Traducido el libro al inglés, y cambiando el nombre de los personajes y de los topónimos por otros británicos, estos hechos que se nos narran podrían decirnos que son historia sajona y lo creeríamos. El alma de un pueblo es la de todos los pueblos. La intrahistoria comparte anhelos, nostalgias, sueños y penas, la hacen los hombres y las mujeres de todas las épocas, estén donde estén, hablen la lengua que hablen. Con todo, yo que pasé mi infancia y adolescencia en un barrio periférico y obrero de la España de los setenta, década en la que sitúa Xuan Bello las suyas, me pregunto si la historia de quienes lo hemos habitado podría intercambiarse con la de los criados en un barrio de Nueva York y resultar equiparables. Es probable que sí. A los textos del libro los acompañan fotografías en blanco y negro, ventanas a través de las cuales accedemos a ese mundo rural y desvaído, perteneciente a un pasado próximo pero tan distinto, en las que las personas retratadas posan de un modo severo, tal vez no demasiado convencidas de que la cámara vaya a captarlos tal cuales son; igual si se tratase de indonesios, si de incas o sardos, unidos todos por una misma capacidad para sentir la vida y la muerte como un sucederse continuo de sombras, a cuál más densa y tenaz.
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