jueves, 8 de abril de 2010

El camino


Quise homenajear estos días a Miguel Delibes leyendo una de sus novelas, El camino, en una edición de Destino, en su colección Destinolibro, algo sobada, pero que conservo por nostalgia de otros tiempos. La leí hace años y es curioso cómo la memoria actúa de modo selectivo a la hora de recordar determinados pasajes y no otros, cuando es posible que esos pasajes recordados no sean de los más preciados de la novela. No recordaba, por ejemplo, que la historia se sucediera en un lugar distinto a la Castilla en la que normalmente sitúa el autor a sus personajes. Sucede en un valle entre montañas próximas al mar, pero también a la meseta, en un pueblo de pocos habitantes en el que Daniel, el Mochuelo, desarrolla su existencia minúscula bajo el peso de unas costumbres en las que prevalece lo varonil y lo religioso, pero en las que late una pulsión femenina incontenible que sacude sus cimientos. Daniel no puede dormir. Daniel tiene que abandonar aquello que conoce, que ha sido escenario de sus correrías y descubrimientos, y trasladarse a la ciudad para poder cursar el bachillerato y ser un hombre de provecho. Su padre se niega a que sea quesero como él. Daniel no comprende que haya vida mejor que la que pueda llevar el herrero del pueblo o su mismo padre. El pueblo satisface ampliamente sus necesidades. A lo largo de esa noche en la que aguarda la llegada del día, se le suceden personas, sentimientos, escenas… Argamasa que conforma el edificio de sus once años, pocos tal vez, pero a lo largo de los cuales ha tenido tiempo de enamorarse, de ir a cazar un buitre, de recibir un perdigonazo en la cara, de ascender un poste engrasado en busca de la cucaña y lograrla, de ver cómo se le muere un amigo, de cuidar a un perro, de admirar a Roque, el Moñigo, y de temer a su hermana, la de Roque, a la que logran sin embargo enamorar del maestro por medio de un ardid infalible. Pocos son los autores que tienen a los niños como protagonistas de sus obras. Miguel Delibes, que yo recuerde, tiene tres novelas dedicadas a su mundo. Juan Marsé sería otro. A Delibes le sirven para ofrecernos una visión del mundo rural idealizada a veces, pero también cruel. Tras la historia de Daniel creo haber apreciado una cierta rebeldía contra determinados estereotipos machistas. Los hombres no deben mostrar sus sentimientos, los hombres deben tener una voz recia, los hombres deben ser crueles con los animales… En el fondo, la salida de Daniel, aunque incierta y dura, es una oportunidad para alejarse de esa concepción equivocada de la hombría y desarrollar otras cualidades que están presentes en él, manifiestas en ese arrebato último cuando sube, con peligro de perder la vida, a la punta del palo solo para demostrarse a sí mismo que puede. Se tiene la impresión, por eso, de que hay otra novela que no se nos cuenta, otra historia que empieza en la última página del libro. Historia que no conocemos, pero que no nos será difícil imaginar. Gracias a Miguel Delibes por sus libros. Gracias por su sencillez expositiva y por sus personajes. Especialmente, sobre todo, por sus niños y sus tontos.

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