jueves, 29 de abril de 2010

Cuenco de amor


A veces, un amigo escritor, un amigo poeta, te pide que le guardes o le leas un libro suyo, unos versos, libro o versos que tal vez nunca lleguen a conocimiento del público, pero que son admirables. En el caso de mi amigo Joaquín, el hecho de que me pida que le lea sus poemas responde no tanto a que yo los conozca, como al temor de extraviarlos o destruirlos, siendo así que desde hace años actúo de depositario de los mismos sin que nadie, salvo algún otro amigo o lector afortunado, haya disfrutado de su belleza formal y de la fuerza que transmiten.

Sé que reproduciendo aquí una de sus composiciones traiciono la confianza de mi amigo, pero sé también que la justicia literaria me ampara.

Pues que el bien es una sed justa (tú

me dijiste), madre, haz cuenco de amor

con las palmas de tus manos, dame agua.

Llena también aquel barreño viejo

con la bondad que brota de tu entraña:

alíviame, apiádame las roñas,

que con los años llego embrutecido,

y en el hueco que siento, al que no alcanzo,

frotas con tu tibieza.

Arrópame después, no me dé un frío.

Joaquín Pitarch

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