lunes, 14 de diciembre de 2009

La nube de smog


En La nube de smog, de Italo Calvino, el protagonista llega a una ciudad del norte de Italia, cubierta por una espesa capa de contaminación que lo impregna todo, y siente que ese es el lugar que le corresponde, pues lo embarga una tristeza gris, pegajosa, de la que en el fondo no quiere desprenderse. Ha sido contratado como redactor de una revista, La Purificación, dirigida por el ingeniero Cordà. La revista está especializada en el estudio de la contaminación atmosférica y en cómo luchar contra ella. Pero es solo una tapadera. El ingeniero Cordà participa, como propietario o inversor, en varias empresas causantes de esa nube de smog que cubre la ciudad, y que la hace inhabitable y fea. Su actitud es de un cinismo desvergonzado, y sin embargo se siente orgulloso de su labor, pues es el único empresario que, siendo culpable de la situación, invierte parte de sus ganancias en la búsqueda de un remedio para el mal que él mismo genera. El protagonista tarda en darse cuenta de esto. Pero cuando se entera, parece no importarle gran cosas. Él hace su trabajo, cena en un restaurante que se halla en la planta baja del edificio donde se aloja y, tumbado en su cama, siempre cubierta de una fina capa de polvo negro, lee los escasos libros que ha transportado en su maleta. Nada se nos dice de un pasado que, no obstante, irrumpe en su presente cuando una mujer bellísima, Claudia, su novia, logra dar con él, pese a las medidas de éste para evitar el reencuentro. Ella pertenece a una clase social más elevada, gusta de caprichos exquisitos, come en los mejores restaurantes, y es llevada y traída en los coches más caros. Nada de eso puede darle él, mero empleado en una revista de la que nadie compra un solo número.

Pese a haber sido publicada en 1958, La nube de smog, leída hoy, es de una actualidad abrumadora. En pleno debate sobre el futuro de nuestro planeta, amenazado por un smog no solo hecho de humo contaminante, leer una novela de estas características reconforta porque es un discurso el suyo que pareció nacer en el mismo instante en el que una chimenea industrial empezó a escupir la suciedad que, sumada a la de miles y miles de chimeneas que salpican nuestros paisaje urbano, ha traído estos lodos en los que chapoteamos todos. El final se nos antoja esperanzador cuando, en una excursión que lo lleva a las afueras de la ciudad, el protagonista descubre la ocupación de aquellos que viven en el extrarradio, que no es otra que lavar la ropa de quienes habitan sus calles infectas, y cubrir los prados de sábanas y ropa interior blanca, como parásitos expurgando la piel de un rinoceronte.

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