viernes, 21 de mayo de 2010

La cámara de ámbar


Un escritor regresa a su ciudad natal, Palma de Mallorca. Ha sido declarado heredero de una casa propiedad de su tío, Nicolás Bemberg, que acaba de fallecer. Junto con la casa hereda los recuerdos y los muertos. Los muertos también se heredan, afirma el narrador en cierto momento de la historia. Muertos de una Europa que ya no existe, nostálgicos en su decrepitud de un periodo de destrucción y guerra. La novela se mueve en el ámbito de la sugerencia, de lo contado por otros. El narrador parece estar sumergido en un agua mansa, al menos en apariencia, y lo que cuenta son reflejos que llegan de la superficie, rayos de luz oblicuos, que dan una idea equívoca de lo que fue el pasado. Nicolás Bemberg añora una Europa en ruinas, cuando ciertos personajes decadentes, amén de rapaceros, expoliaron las posesiones de los perdedores, se quedaron con sus cuadros, con sus muebles, con sus casas. Fueron tiempos de aventura, instantáneas de una película vital cuyos protagonistas sobreviven con la papilla de su memoria, con la esperanza, en el fondo, de regresar al lugar de donde partieron. El narrador, al llegar a la casa que ha heredado, de la que huyó en su juventud para alejarse de su influencia malsana, también recuerda. Pero sus recuerdos carecen de esa pátina heroica, sus recuerdos poseen la aspereza de lo polvoriento y viejo, y solo se salva la figura de Emilia, la sirvienta andaluza en casa de Nicolás Bemberg, con la que, a sus dieciséis años, tuvo su primer escarceo erótico, y a través de la cual supo que el pasado añorado estaba hecho de papel cuché, de fotos en blanco y negro, que es el color de los sueños. ¿Qué sentido tiene conservar esa cámara, ese lugar en el que perviven palabras, olores, imágenes, como en una gota de ámbar el insecto prehistórico? Si acaso pueden servir para, a partir de todos esos escombros, cascotes de una vida, de unas vidas ya truncadas, reconstruirlos a modo de novela. Porque lo que hace el narrador de La cámara de ámbar es contarnos el material que halla a lo largo de ese regreso para levantar sobre él una futura ficción, una futura ficción que tendrá a su tío como protagonista, insecto atrapado en la sala de las ninfas, que es una habitación sumergida en una luz color miel, centro en el que se dan cita todas las vidas y todos los momentos que conforman al hombre. El narrador se ha quedado doblemente huérfano. Es un escritor de fama. Vive en Barcelona y hereda la casa donde pasó parte de su adolescencia, de la que partió para ser él mismo, para buscar su propio lugar en la historia. Pero la suya no es una historia de héroes. La suya es una historia en la que nadie heredó los muertos, sino que los muertos fueron ellos mismos...


La cámara de ámbar es una obra escrita por José Carlos Llop, que acaba de publicar En la ciudad sumergida en RBA.

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