lunes, 24 de mayo de 2010

Cuatro corazones con freno y marcha atrás


Hay cierta gracia en el teatro de Enrique Jardiel Poncela que como lector uno puede compartir o no, saber verla o no, pero que vista sobre el escenario acaso provoque a risa en determinados momentos. Lo más interesante de Cuatro corazones con freno y marcha atrás no es ni mucho menos la cantidad de chistes más o menos ingeniosos con los que los personajes van sazonando la trama. Ésta, desde luego, se presta a tales juegos, pero, en mi opinión, lo atractivo de la obra no se halla precisamente en su humor, sino en cómo un grupo de personas debe asumir la eternidad de sus vidas. Un científico, Ceferino Bremón, halla unas sales que procuran la vida eterna a quien las tome. Lo hacen un joven matrimonio, una poetisa aficionada a los ripios, un cartero que pasaba por allí, y el mismo Bremón. Lo que en principio resulta un experimento extraordinario, una posibilidad única de sobrevivir en el tiempo, acaba convirtiéndose en un martirio, pues el hecho de tener que vivir cada día con la conciencia de que nunca vas a morir, hace que la vida deje de tener sentido alguno, más aún si a tu alrededor ves cómo mueren tus allegados, cómo tus hijos envejecen mientras que tú te conservas exacto a como eras en el instante de consumir el brebaje. No es extraño, pues, que Ricardo duerma junto a una charca cuajada de todo tipo de mosquitos a fin de que le inoculen alguna clase de enfermedad mortal, pues el suicidio, dadas sus creencias católicas, está completamente descartado. Tampoco es extraño que Valentina, su esposa, se desespere al tener que ver cada día las mismas caras, compartir el mismo espacio con las mismas personas. El único que sobrelleva con dignidad su condición de inmortal es Emilio, el cartero, que ni padece ni sufre, asume su papel sin aspavientos, tal vez porque es el único que permanece soltero, que no tiene a nadie a quien ver morir. Dicho esto, la anécdota se salva por su originalidad. Si prescindimos de ese humor aburguesado, sin excesiva profundidad, considero que la obra se sostiene por esa mezcla de tragedia sugerida y comedia un tanto gruesa. Habría que verla representada para acaso apreciar sus virtudes dramáticas como se merecen, pero autores como Jardiel Poncela se leen obligatoriamente en los institutos y poco más.

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