Beltenebros es una novela de espías; o mejor, Beltenebros es un homenaje a las novelas y las películas de espías. Su marco, al contrario que las de Le Carré o Graham Greene, es la ciudad de Madrid en los años sesenta del pasado siglo; esto es, se trata de un marco inhabitual en el género, acostumbrado a transitar las calles húmedas de Londres o las más siniestras de Berlín o Viena, porque sólo en ellas parecen darse las condiciones escénicas y humanas necesarias para que se manifieste la sordidez de espíritu que suele acompañar a esos personajes desubicados que se mueven en un engaño perpetuo. Muñoz Molina viste Madrid de blanco y negro, le da una pátina de humedad y sordidez británicas, la hace laberíntica. El lector la entrevé como a través de un velo. Todas sus callejuelas y avenidas, sin embargo, parecen confluir en un mismo punto: la plaza donde se halla la Boîte Tabú y el Universal Cinema.
La trama viene urdida por un personaje que actúa literalmente en la sombra: el comisario Ugarte. Él mueve los hilos, él dirige los pasos de quienes entran en su radio de acción. El capitán Darman es su antagonista. Éste vive en Londres al cargo de una tienda de antigüedades de su propiedad. Fue militar republicano durante la contienda. De vez en cuando el partido en el exilio le encarga algún “trabajo”. Darman mata a los traidores que se quedaron. Darman no tiene escrúpulos. Quienes han oído hablar de él lo temen porque su muerte es segura si él los busca. Ambos, Ugarte y Darman, son caras de la misma moneda. Lo que no sabe Darman, hasta muy avanzada la novela, es que su viaje a Madrid en busca de Andrade seguirá las mismas pautas de otro, veinte años atrás, cuando el traidor se llamaba Walter. Los escenarios son básicamente los mismos, y los personajes, si no iguales, son casi una copia de aquellos otros que perviven en la memoria del capitán. Entre ambos tiempos (el presente con Andrade como víctima, y el pasado no tan remoto), existen túneles comunicantes, rasgos y voces y miradas que coinciden, un aliento trágico común que desconcierta a Darman; pero sobre todo una mujer, Rebeca Osorio, intacta en su belleza, en su odio hacia él, en su fragilidad.
He leído de Muñoz Molina buena parte de sus libros. Beltenebros, la tercera de sus novelas publicadas, se me había resistido ignoro por qué. Vi la película de Pilar Miró. No me gustó. Supongo que algo tuvo que ver en mi desinterés por el libro. Ahora la leo por obligación, y si bien hay momentos en que ese estilo tan propio de Muñoz Molina, oraciones larguísimas en las que la información se nos suministra de modo intencionadamente hipnótico, me ha resultado algo confuso, compruebo que la maestría del autor para manejar unos elementos poco frecuentes en la novelística española, en su propósito por crear una de espías, merece los mayores elogios.
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