Hasta que murió mantuvimos una prolongada acercanza de la que nos nutrimos mutuamente. Ya enfermo, experimenté un inicio de vaciedad que aumentaría conforme él fue consumiéndose. Su fallecimiento causó mi nada. Busco desde entonces a quien poder arrimarme. Pero no hay lugar propincuo donde ubicarse. Son sombras que no dan solaz y que huelen a podredumbre. Me condeno, pues, a no moverme. Existo sin más.
sábado, 22 de agosto de 2009
No hay solaz
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En principio no iba a entrar a comentar por no comprometerme,dispongo de poco tiempo en general.Pero me ha parecido muy triste,muy ubicado en la existencia real de personas que pierden a alguien quizá demasiado prematuramente y eso,desubica,te aboca al vacío,al desarraigamiento vital.Hasta pronto!
ResponderEliminarGracias por tu opinión, Amaia.
ResponderEliminarSí, toda pérdida es triste y nos deja encerrados en una burbuja de la que es difícil salir, pero de la que necesitamos salir. No siempre es posible, sin embargo, y a la pena de la pérdida debemos sumar la de la soledad.