miércoles, 2 de septiembre de 2009

Si te comes un limón sin hacer muecas


Al leer Si te comes un limón sin hacer muecas, cuyo título en catalán resulta fonéticamente más sugerente: Si et menges una llimona sense fer ganyotes, de Sergi Pàmies, sé que algún vaso comunicante debe haber que relacione unas historias a las otras, pero no he sabido verlo. Lo cual no implica que mi destreza lectora sea torpe, sino que me fijo más en cada una de las partes que no en el todo, incurriendo de este modo en el riesgo de que un solo árbol me tape el bosque. Si acaso, cabría hablar de cuentos abiertos. Esto es, de cuentos que dan pie a que el lector pueda ir desplegando a partir de lo que explican historias que se expanden al albur de su propia imaginación, al contrario de los cuentos cerrados, que tras la última de sus palabras dejan clausurada la trama, redondos y sin fisuras.

El libro reúne 20 cuentos breves, algunos brevísimos. La otra vida es el título del primero que podemos leer al abrir el volumen. “Me tuve que morir para saber si me querían.” Primera oración impactante. El narrador está muerto. Nos explica las circunstancias de su fallecimiento. Luego constata que los que le rodearon e ignoraron en vida, su familia, prosiguen su existencia sin él, y más felices. Lejos de decepcionarle, el narrador extrae de ello una lección optimista que, ironías de la muerte, de nada le va a servir. Como dos gotas de agua recoge el instante en el que una gota cualquiera empieza a desprenderse de la desembocadura del grifo que la comunica con el exterior. Ignora que en pocos segundos, toda una vida para ella, acabará aplastada en la pila del fregadero. Antes de que eso ocurra, le da tiempo a ver cómo otra gota exacta empieza a asomar por la boca del mismo grifo. La visión justifica haber vivido el viaje hacia el ¡chof! último. Sangre de nuestra sangre plantea una situación absurda: la de una niña infeliz porque sus padres, al contrario que los de sus compañeras de colegio, no están separados. Eso la convierte en rara, y los padres, que lo han dado todo por ella en esta vida, deciden contentarla pese al amor que se tienen.

Estos tres cuentos, aparte de ser los que más me han gustado de los veinte agavillados, dan una imagen aproximada de lo que es el libro: un muestrario de la capacidad de Sergi Pàmies para ponerse en lugar de un muerto narrador, de una gota de agua a punto de estrellarse, de unos padres desconcertados; en el fondo, mordiscos a la realidad acerba. Leerlos nos inocula contra su acidez. Si somos capaces de no hacer muecas, es que ya no nos sorprende nada. O sí, que el vaso comunicante existe.

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