miércoles, 12 de agosto de 2009

Perfil asesino


Charlie Parker es un saxofonista, acaso uno de los mejores saxofonistas que ha dado el jazz; pero también es un detective privado, creado por la mente de John Connolly, protagonista de unas pocas novelas desarrolladas en EEUU, aunque su autor es irlandés. La presente, Perfil asesino, desarrolla un tema realmente inquietante: el del fanatismo religioso llevado a su máxima expresión, que no es otra que usar el nombre de Dios como instrumento para cometer las mayores atrocidades convencido de que se hace justicia, la divina.

Todo gira en torno a La Hermandad, un grupo religioso ultraconservador cuya idea de la renuncia y la práctica de la fe conlleva el desprecio y la aniquilación de todo aquel que no responda a lo que el grupo considera debe ser la actitud de un buen creyente. Charlie Parker será contratado para investigar la muerte de una muchacha, Grace Peltier. El escenario de la muerte indica que se trata de un suicidio; pero hay quien cree que no (su padre y el magnate Jack Mercier), que la mano que apretó el gatillo de la pistola no es la misma que la sostiene inerte. Grace ha estado investigando para su tesis sobre los Baptistas de Aroostook, una comunidad religiosa dirigida con mano firme por un tal reverendo Faulkner a inicios de los años sesenta. Buena parte de sus miembros aparece muerta cuarenta años después a causa de un desprendimiento accidental de tierras en el estado de Maine.

El presente no está libre nunca del pasado porque en el fondo está hecho de él, basta que se rasque un poco en su superficie para que los fantasmas perturben nuestros sueños y nuestra realidad. Bien lo sabe Parker. Los muertos acuden a él a pedirle venganza. Asoman tras la cortina del tiempo, y el dolor, atemperado pero nunca ausente, regresa más agudo. El asesinato de su mujer y de su hija en otro título de la serie (ésta es la tercera novela) han hecho de él un hombre vengativo que lucha por dominar su ira de tal modo que actúe como un arma a manos de un soldado disciplinado e imperturbable. No siempre lo consigue.

Novela negra, negrísima, de las que se leen con el alma en vilo porque lo que se nos cuenta en ella sucede en un ámbito donde la maldad es absoluta y se aplica con la impunidad que confiere actuar en nombre de un Dios apocalíptico que no ama a sus criaturas. Los encargados de sembrar el mundo de cadáveres, instrumentos de ese Dios ponzoñoso y afilado, son dos personajes sobrecogedores, en la mejor tradición de los grandes malos de la literatura y el cine: el reverendo Faulkner y el señor Pudd.


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