martes, 25 de agosto de 2009

Secuestrado


Por lo común, una novela de aventuras suele ser una novela de aprendizaje en la que el protagonista, después de enfrentarse a varios peligros, sale más enriquecido en lo material, pero sobre todo en lo espiritual. Al menos eso es lo que sucede con las novelas de Robert L. Stevenson.

Secuestrado tiene a David Balfour como personaje central: un chiquillo que acude a casa de un familiar, su tío Ebenezer Balfour (hombre huraño, avaro y traicionero), tras la muerte de sus padres, en busca de una herencia que le pertenece por ley, pero que no obtendrá hasta no haber pasado múltiples peripecias luego de ser secuestrado por orden de aquél. Lo deleitable de este tipo de novelas es que el lector acaba identificándose plenamente con el protagonista, de tal guisa que lo que aprende éste, aquél lo asume como propio, más si es joven y le estimula cualquier cosa que tenga que ver con la consecución de un tesoro, con la amistad o la defensa de valores tales como la libertad del individuo. En Secuestrado el tesoro es la propia herencia que se le niega a David, la amistad toma cuerpo en la figura de Alan Breck, un espadachín algo fanfarrón, héroe en peligro que debe huir del ejército inglés que ocupa por la fuerza Escocia, su tierra amada que desea libre. Yo hace tiempo que dejé de ser adolescente, pero si una virtud tiene la literatura es la de procurarnos el poder de regresar al pasado releyendo aquellos textos con los que fuimos especialmente felices hace lustros. Cierto que algunos títulos han dejado de tener el poder de seducción que tuvieron entonces. No es el caso de Stevenson. Cualquiera de sus historias, que me asombraron y con las que luché, sangré, descubrí islas paradisíacas o conocí hombres perversos, siguen sin defraudarme, rejuveneciéndome sin necesidad de cirugía con solo su palabra y su capacidad para la aventura. David Balfour tal vez peque de ingenuo (todos los héroes lo son al principio), pero la lección que aprende no es de las que se olvidan una vez se abandona la escuela, porque es una lección que le ha dado la vida, y la muerte también, pues sin ambas dudo que nadie sepa valorar nunca lo que posee.


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