miércoles, 30 de junio de 2010

Respiración artificial


En pocos días me he tropezado con el nombre de Kafka en dos paisajes distintos: en un blog, el de Justo Serna, profesor de historia, y en una novela de Ricardo Piglia que he dejado de leer hace unos minutos. A Ricardo Piglia no lo conocía. Hallé una referencia a su nombre a raíz de la lectura de Las teorías salvajes como máximo referente de la literatura argentina finisecular. Respiración artificial fue su primera novela y en ella Kafka tiene un papel primordial en la vida de uno de los personajes, un placo llamado Tardewski que vive en la ciudad de Entrerríos. Es ésta una novela histórica, pero no en el sentido tradicional que este calificativo tiene al aplicárselo al sustantivo novela: reflejo fiel, o cuanto menos verosímil, de un determinado período histórico en el que se desarrolla un argumento cuyo marco no puede ser otro que ese.
¿Qué he logrado con la lectura de Respiración artificial: primero, que la historia de un país, en este caso Argentina, puede contarse de modos radicalmente distintos a como lo haría un historiador, o un novelista ubicado en el subgénero histórico; segundo, que tres momentos cronológicamente distintos, básicos para entender el carácter de una nación, pueden quedar literariamente enlazados por medio de una estructura epistolar que procura ligereza a la prosa, pero también puntos de vista distintos que enriquecen la visión global pretendida por Piglia; tercero, que Argentina es un lugar de acogida para gente que huye de la barbarie, pero también lugar del que se sale en busca de aventura; cuarto, que personajes como Arocena anuncian lo por venir (Respiración artificial fue publicada en 1980): un paranoico en busca de tramas, de claves secretas, de mensajes ocultos tras la correspondencia entre Emilio Renzi y su tío Marcelo Maggi, que a su vez pretende descifrar las cartas escritas por Enrique Ossorio, antepasado de su prometida, antiguo secretario de Juan Manuel de Rosas, quien accediera al gobierno de la provincia de Buenos Aires en 1829; y quinto, que de manera indirecta también puede hablarse de la historia de Europa cuando de lo que en verdad se trata es de hablar de la historia de Argentina.
La obra se divide en dos partes: una epistolar, en la que se cruzan cartas Emilio Renzi y su tío; en la que encontramos además textos fragmentarios de Enrique Ossorio; y otra en la que se desarrolla una larga entrevista, a lo largo de toda una tarde y noche, entre Emilio Renzi y el polaco Vladímir Tardewski, amigo de Marcelo Maggi. En la primera se ofrece una visión de la historia Argentina a través de tres personajes que pertenecen a etapas bien distantes y diferenciadas, pero que están unidos por una misma nacionalidad y un mismo ser argentino. Emilio Renzi ha escrito una novela en la que explica un hecho histórico familiar: la huida de su tío cuando va a casarse con una rica heredera según la versión que a él le ha llegado. Cuando Marcelo Maggi lee esa novela, se pone en contacto con el sobrino e inician un correspondencia en la que aquél le dice que buena parte de lo que cuenta no es cierto. Al cabo, Marcelo le pide que viaje a la ciudad donde reside, Entrerríos, para conocerse en persona y pasarle unos papeles a los que ha dedicado el esfuerzo de varios años reivindicando la figura de un traidor: Enrique Ossorio, antepasado de la mujer con la que no se casó.
Emilio viaja a Entrerríos y allí se encuentra a Tardewski, que lo recibe y le dice que su tío no está, que ha tenido que salir de viaje y que, mientras lo esperan, charlarán. Lo hacen en el interior de una cafetería, y aquí el narrador es Tardewski, y luego en una habitación de la casa donde vive, y aquí la perspectiva será la de Renzi. Tardewski es un refugiado, un emigrante forzado, un hombre sacudido por el azar de la historia, su historia. Alumno de Wittgenstein cuando éste fuera profesor en Cambridge, se indigna ante la admiración que los intelectuales argentinos sienten hacia 1940 por Ortega y Gasset, al que no considera un filósofo, y achaca su estancia en Entrerríos a un error que lo conducirá antes a Praga, para cerciorarse de un descubrimiento asombroso, base de una teoría de la que dejará constancia en un artículo publicado en Argentina: que Adolf Hitler y Kafka se conocieron personalmente, que hablaron y discutieron, y que la obra de Franz no es más que el horror provocado por las explicaciones que le da el joven Adolf sobre lo que él pretende que sea el futuro de la humanidad. Kafka se adelanta a Hitler, da sentido literario al horror que se avecina, y se convierte a ojos de Tardewki en el mayor escritor del siglo XX. Joyce fue un malabarista de la palabra que huyó de la realidad circundante, dice; Kafka se zambulló, en cambio, en el cieno de la maldad suprema que poco más tarde ejercerá el nazismo.
La novela la saqué en préstamo de la biblioteca próxima a casa. Un lector anterior subrayó algunos pasajes de la misma y también, en determinados fragmentos, siempre que aparece el verbo decir en diferentes tiempos, su forma. Uno de esos subrayados es el siguiente, en la página 35: Todos nos inventamos historias diversas (que en el fondo son siempre la misma), para imaginar que nos ha pasado algo en la vida. Una historia o una serie de historias inventadas que al final son lo único que realmente hemos vivido. Historias que uno mismo se cuenta para imaginarse que tiene experiencias o que en la vida nos ha sucedido algo que tiene sentido. Pero, ¿quién puede asegurar que el orden del relato es el orden de la vida? Cita que puede aplicarse a ese personaje, Vladímir Tardowski, al que le queda poco tiempo para rendir cuentas. Tal vez, pienso ahora, lo haya hecho ya con ese enviado imprevisto, Emilio Renzi.

2 comentarios:

  1. Hola, perdona, he llegado hasta aquí por accidente cuando un mosquito se ha parado en la pantalla de mi móvil cuando hablaba con una amiga, echaré un vistazo a tu blog [el mosquito ha muerto, lo he chafado]

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  2. Bienvenido, Jesús, esta es tu casa. Si tienes algún remedio contra los mosquitos, ya sabes, por aquí anda alguno tocando las criadillas.

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