martes, 8 de junio de 2010

Leo Los muertos


Creo que una de las grandes aportaciones de series como Los Soprano o The Wire es haber popularizado modos de narrar adscritos hasta hace poco a películas menos comerciales y, en el caso de la literatura, a obras de lector curtido, experimentales, no siempre aptas, empeñadas en ir más allá, haciendo uso de técnicas novedosas inapropiadas a veces, pero que, en manos de grandes autores, han posibilitado la expresión de sentimientos vedados y de realidades incómodas. Acaso los autores sudamericanos fueron de los primeros en hacer llegar al gran público lector sus historias valiéndose de todas esas técnicas que revolucionaron el mundo de la novela, y tuvieron éxito porque supieron ajustar el contenido con el modo sin llegar a los extremos disparatados de algunos autores europeos, más preocupados en flirtear con el límite de la expresión que en decir cosas de sustancia. Uno sigue la primera temporada de Los Soprano, por ejemplo, y entiende enseguida que su papel de espectador no debe limitarse a mirar pasivamente lo que se le ofrece, pues sin su intervención la historia quedaría deslavazada. Los huecos argumentales, las elipsis, las referencias a sucesos ocurridos en episodios anteriores, obligan a participar, a llenar esas grietas con el conocimiento que se tenga de los personajes y sus actos, de modo que cuando uno acaba el disfrute de los trece capítulos que conforman esa temporada, comprende que lo que ha sucedido a lo largo de sus trece horas es algo asombroso, un prodigio de buen hacer narrativo. ¿A qué viene esta reflexión? Pues a que he iniciado la lectura de Los muertos, de Jorge Carrión, obra que toma como referente una serie televisiva de éxito, cuyo título es ese, Los muertos, y, al terminar la primera parte de la misma, se me ocurre que lo que hace Jorge Carrión es un juego muy interesante: tomar como modelo narrativo el de las series mencionadas, que no es más que un reflejo de los modelos literarios, y de este modo consigue un producto híbrido entre la literatura, en tanto que autor de la novela, y la ficción televisiva, en tanto que reproduce el argumento de una teleserie de repercusión planetaria. No es nuevo que lo cinematográfico influya sobre la literatura, pero en este caso no es la cámara, el seguimiento que se hace de los personajes, el modo de mirar, sino que la literatura influye sobre la propia literatura a través del cedazo de las series que estos últimos años han revolucionado el ámbito de lo ficcional.

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