miércoles, 30 de junio de 2010

Respiración artificial


En pocos días me he tropezado con el nombre de Kafka en dos paisajes distintos: en un blog, el de Justo Serna, profesor de historia, y en una novela de Ricardo Piglia que he dejado de leer hace unos minutos. A Ricardo Piglia no lo conocía. Hallé una referencia a su nombre a raíz de la lectura de Las teorías salvajes como máximo referente de la literatura argentina finisecular. Respiración artificial fue su primera novela y en ella Kafka tiene un papel primordial en la vida de uno de los personajes, un placo llamado Tardewski que vive en la ciudad de Entrerríos. Es ésta una novela histórica, pero no en el sentido tradicional que este calificativo tiene al aplicárselo al sustantivo novela: reflejo fiel, o cuanto menos verosímil, de un determinado período histórico en el que se desarrolla un argumento cuyo marco no puede ser otro que ese.
¿Qué he logrado con la lectura de Respiración artificial: primero, que la historia de un país, en este caso Argentina, puede contarse de modos radicalmente distintos a como lo haría un historiador, o un novelista ubicado en el subgénero histórico; segundo, que tres momentos cronológicamente distintos, básicos para entender el carácter de una nación, pueden quedar literariamente enlazados por medio de una estructura epistolar que procura ligereza a la prosa, pero también puntos de vista distintos que enriquecen la visión global pretendida por Piglia; tercero, que Argentina es un lugar de acogida para gente que huye de la barbarie, pero también lugar del que se sale en busca de aventura; cuarto, que personajes como Arocena anuncian lo por venir (Respiración artificial fue publicada en 1980): un paranoico en busca de tramas, de claves secretas, de mensajes ocultos tras la correspondencia entre Emilio Renzi y su tío Marcelo Maggi, que a su vez pretende descifrar las cartas escritas por Enrique Ossorio, antepasado de su prometida, antiguo secretario de Juan Manuel de Rosas, quien accediera al gobierno de la provincia de Buenos Aires en 1829; y quinto, que de manera indirecta también puede hablarse de la historia de Europa cuando de lo que en verdad se trata es de hablar de la historia de Argentina.
La obra se divide en dos partes: una epistolar, en la que se cruzan cartas Emilio Renzi y su tío; en la que encontramos además textos fragmentarios de Enrique Ossorio; y otra en la que se desarrolla una larga entrevista, a lo largo de toda una tarde y noche, entre Emilio Renzi y el polaco Vladímir Tardewski, amigo de Marcelo Maggi. En la primera se ofrece una visión de la historia Argentina a través de tres personajes que pertenecen a etapas bien distantes y diferenciadas, pero que están unidos por una misma nacionalidad y un mismo ser argentino. Emilio Renzi ha escrito una novela en la que explica un hecho histórico familiar: la huida de su tío cuando va a casarse con una rica heredera según la versión que a él le ha llegado. Cuando Marcelo Maggi lee esa novela, se pone en contacto con el sobrino e inician un correspondencia en la que aquél le dice que buena parte de lo que cuenta no es cierto. Al cabo, Marcelo le pide que viaje a la ciudad donde reside, Entrerríos, para conocerse en persona y pasarle unos papeles a los que ha dedicado el esfuerzo de varios años reivindicando la figura de un traidor: Enrique Ossorio, antepasado de la mujer con la que no se casó.
Emilio viaja a Entrerríos y allí se encuentra a Tardewski, que lo recibe y le dice que su tío no está, que ha tenido que salir de viaje y que, mientras lo esperan, charlarán. Lo hacen en el interior de una cafetería, y aquí el narrador es Tardewski, y luego en una habitación de la casa donde vive, y aquí la perspectiva será la de Renzi. Tardewski es un refugiado, un emigrante forzado, un hombre sacudido por el azar de la historia, su historia. Alumno de Wittgenstein cuando éste fuera profesor en Cambridge, se indigna ante la admiración que los intelectuales argentinos sienten hacia 1940 por Ortega y Gasset, al que no considera un filósofo, y achaca su estancia en Entrerríos a un error que lo conducirá antes a Praga, para cerciorarse de un descubrimiento asombroso, base de una teoría de la que dejará constancia en un artículo publicado en Argentina: que Adolf Hitler y Kafka se conocieron personalmente, que hablaron y discutieron, y que la obra de Franz no es más que el horror provocado por las explicaciones que le da el joven Adolf sobre lo que él pretende que sea el futuro de la humanidad. Kafka se adelanta a Hitler, da sentido literario al horror que se avecina, y se convierte a ojos de Tardewki en el mayor escritor del siglo XX. Joyce fue un malabarista de la palabra que huyó de la realidad circundante, dice; Kafka se zambulló, en cambio, en el cieno de la maldad suprema que poco más tarde ejercerá el nazismo.
La novela la saqué en préstamo de la biblioteca próxima a casa. Un lector anterior subrayó algunos pasajes de la misma y también, en determinados fragmentos, siempre que aparece el verbo decir en diferentes tiempos, su forma. Uno de esos subrayados es el siguiente, en la página 35: Todos nos inventamos historias diversas (que en el fondo son siempre la misma), para imaginar que nos ha pasado algo en la vida. Una historia o una serie de historias inventadas que al final son lo único que realmente hemos vivido. Historias que uno mismo se cuenta para imaginarse que tiene experiencias o que en la vida nos ha sucedido algo que tiene sentido. Pero, ¿quién puede asegurar que el orden del relato es el orden de la vida? Cita que puede aplicarse a ese personaje, Vladímir Tardowski, al que le queda poco tiempo para rendir cuentas. Tal vez, pienso ahora, lo haya hecho ya con ese enviado imprevisto, Emilio Renzi.

lunes, 28 de junio de 2010

Gregorio Samsa


Leo una entrada en Los archivos de Justo Serna dedicada a Kafka y su Metamorfosis y constato que el contraste de impresiones a partir de una misma lectura enriquece la propia, pues Justo Serna aporta una reflexión que no se me ocurrió en su momento sobre el incio de la novela, cuando Gregorio Samsa se descubre, al despertar, convertido en un insecto, en un escarabajo mostruoso. Y es que el horror que experimenta el personaje en ese instante no radica tanto en haberse transformado, sino en comprobar que dicha transformación es real, que no sueña, que, puesto que es verídica, se prolongará en el tiempo, tal vez para siempre. El drama de Gregorio Samsa no es haberse convertido en un bicho repugnante, el drama de Gregorio Samsa es haber dejado de ser físicamente humano y tener que enfrentarse a esa realidad sin el consuelo del tal vez, del acaso, del abre los ojos y despierta. Con esa mañana infausta en la vida de Samsa se inicia un periodo de amoldamiento imposible, pues su ser hombre es y será incompatible con su ser insecto, de tal suerte que lo que sucede es más angustioso si cabe frente a esta evidencia, que nos incumbe a todos.


martes, 22 de junio de 2010

Eva y los espejos


Finalizada la lectura de Eva y los espejos la impresión que me queda es la de que los personajes de estos cuentos se mueven en una atmósfera de ensueño, su vida atrapada en una parcela gobernada por lo onírico. No son cuentos propiamente fantásticos. Lo que de extraño sucede en ellos no lo hace porque sea propio de la realidad en la que se desarrollan sus tramas, más bien la extrañeza parte de los propios personajes, de la visión o sensación que tienen de las cosas. En Invisible, por ejemplo, que es el primer cuento de los trece reunidos en esta colección, un anciano se despierta con su mujer muerta al lado, y concibe su ida como un viaje en el que él también debe embarcarse. En otro cuento, una mujer llama por teléfono a su familia, a sus amistades, y se sorprende al comprobar que nadie no solo no la recuerda, ni siquiera sabe quién es. Un niño es mandado a buscar azúcar a casa de una señora a la que llama tía, pero que no es su tía, y tiene que caminar a lo largo de un callejón en el que hay un perro negro que parece muerto, pero que no está muerto. Un hombre, que alberga en su interior una sombra diminuta de sí mismo, vaga por la ciudad y acaba en el interior de un autobús lleno de sombras. Estos planteamientos, estas acciones llevadas con parsimonia y buen tino, me han producido esa impresión apuntada al principio, como si estuviese asistiendo a la proyección de un sueño, de muchos sueños, que alguien está teniendo en el mismo instante de la lectura. El duelo es de los que más me han gustado. El desdoblamiento, la imagen que prescinde del cuerpo que se mira en el espejo, su origen, y campa a sus anchas por la casa del padre ciego. El padre intuye que quien lo acompaña y cuida no es su hija, sino su usurpadora exacta y fría. En tanto que evocadoras de una realidad incierta, las historias poseen la virtud añadida de ofrecernos un cuadro de nuestro mundo como hecho a lápiz; o tal vez se trate, y de ahí la sensación de extrañamiento constante (me recuerda a Felisberto Hernández), de que lo que Rodrigo Urquiola ha pretendido es narrar desde el otro lado del azogue o metido en él, como una Alicia nada inocente que quisiera no contarnos lo que ve sino lo que ve matizado por un sentimiento de miedo y asombro contante. Eva y los espejos me parece un libro muy maduro, muy elaborado en su expresión; un libro que dice sobre los terrores que nos importan, los que habitan nuestros túneles y cementerios.

sábado, 19 de junio de 2010

Anécdotas y libros


Miro alguna vez los libros que me rodean tal que guardianes de los cientos de mundos que contienen, y pienso en las historias que hay tras cada adquisición, tras cada compra o regalo, porque los libros, al menos los míos, no poseen solo el argumento de lo que cuentan sus palabras, poseen además la anécdota que llevó aparejada su descubrimiento y posterior posesión. No las recuerdo todas, evidentemente, pero sí muchas de ellas, el lugar donde los conseguí, el momento de mi vida en que tuve la suerte de encontrarlos, de leerlos después. Él último de los libros que se ha sumado a los que ya tengo es un obsequio. Es un libro de cuentos escrito por Rodrigo Urquiola, autor boliviano, muy joven, estudiante de literatura en la Universidad Mayor de San Andrés, según informa la solapa del volumen. Dicho libro fue editado en 2004 por la Editorial Gente Común, de Bolivia, y ha llegado a mis manos tras un largo viaje transoceánico y luego de varios correos electrónicos con su autor. Pienso en los golpes que habrá recibido por parte de los funcionarios de Correos, las veces que habrá sido sacudido en el interior de la saca que lo llevó de la sucursal de Chocolandia, en La Paz, al aeropuerto, durante el vuelo cada vez que se produjese alguna perturbación; ya en España, a manos de los empleados encargados de la descarga y transporte de paquetería recién llegada, y más tarde en las de los funcionarios nada cuidadosos en el trato que deben dispensar a todo objeto cuyo destinatario merece que se lo entreguen entero. El mío lo está, pese a todo. Me lo encontré metido en el buzón envuelto en un sobre de papel de estraza. Lo abrí enseguida. Un volumen de 123 páginas de título Eva y los espejos. En el interior del libro había una breve nota de su autor. Esto fue el jueves. Empecé a leerlo al día siguiente. Leí los dos primeros cuentos luego de estacionar el coche a dos manzanas del Instituto en el que trabajo. Eran las siete y media de la mañana y me quedaba tiempo aún para saborear su prosa con el regusto aún del primer café del día en mi boca. El sol empezaba a calentar con fuerza, la calle cobraba vida (vehículos y peatones en tránsito), y la anécdota siguió haciéndose junto con su lectura.

jueves, 17 de junio de 2010

Las teorías salvajes


Las teorías salvajes no quedan explícitas en esta primera novela homónima de Pola Oloixarac. El lector puede llegar a intuirlas si se deja llevar por esta prosa atrevida, por este modo deslumbrante de filosofar narrando. Confieso que antes de ponerme a dar mi opinión sobre la obra, he leído alguna crítica que me ayudara a entender mejor este viaje a través de un planeta literario complejo, violento, sexualmente desinhibido, en el que dos personajes poco agraciados en lo físico y lo moral, Kamtchowsky y Pabs, hallan el modo de sobrevivir aplicando alguna de esas teorías anunciadas en el título. Igual hace una voz narradora, la de esa estudiante obsesionada con el profesor Augusto García Roxler, que se entrega a Collazo, otro profesor, por ver de aplicar una segunda teoría; todas, en cualquier caso, relacionadas con la máxima hobbiana de que el hombre es un lobo para el hombre. Leemos también las cartas que Vivi, tía de Kamtchowsky por parte de madre, dirigiera a Mao Tse-tung, al que llama querido Moo, antes de desaparecer a manos de los militares que derrocan al gobierno argentino e instauran la dictadura que pisoteará a las muchachas hermosas con sus botas. No es una lectura fácil. Las continuas referencias filosóficas, la prosa ágil, pero de sintaxis a trompicones, espejo de ideas eclécticas como la propia novela, que alcanza ámbitos como el de Internet, los vide-juegos, las performances, la canción… la hacen correosa a veces, pero nunca decepcionante, porque pese a que el hilo argumental no es el que seguiría una novela al uso, hay mucho de hipnotizante en esta búsqueda por contar de otro modo, bebiendo de manantiales que no son propiamente literarios. Me ha sorprendido la potencia de su lengua inusual, de su narración distinta y distante. Un juego, una bofetada amable a la tradición, un camino más por el que transitar la literatura presente.

(Para muestra, un botón: Desde los once años, Kamtchowsky participaba en charlas donde las maestras se preocupaban por qué pasaba con la masturbación y si a los chicos ya les salía la lechita; las clases eran mixtas y todo el mundo se divertía. Las maestras, treintonas, se hacían las serias; por alguna cósmica sabiduría escolar, las aulas de Biología y de Educación Cívica y Sexual eran a menudo, contiguas…

Collazo tantea un surtido de bebidas sin quitarme la vista de encima y prepara dos vasos. Tiene la corpulencia de un repositor jefe, pero sus brazos no pueden ser muy fuertes. No creo que pueda decirse que hayan hecho demasiado durante cincuenta y pico de años, esos brazos. Me tiende el whisky; al acercarme para tomarlo percibo una suave irradiación monstruosa. Dientes amarillos, boca rábida. Tomo un trago sin respirar…)

lunes, 14 de junio de 2010

Pongo por caso Pola


Ir sabiendo de nuevos autores. La red posibilita un acercamiento inmediato a escritores que rompen, o intentan hacerlo, con la literatura de viejo cuño. A poco que hurgues en los blogs y revistas literarias on-line hallas mención de tal o cual novela recién publicada, que está dando que hablar, pero de la que no conoces apenas nada porque en ocasiones los ecos no alcanzan. La curiosidad abre puertas a mundos, en ocasiones, exuberantes; a maneras distintas de comunicar las historias. Pueden gustar. Puede desagradar que el tuétano se haga forma. No deja, sin embargo, indiferente que pese al anunciado final de la ficción, veamos surgir nombres empeñados en aportar una visión distinta, ecléctica entre el cuento y la teoría, que revuelve las conciencias literarias en busca de un sumidero por donde escapar de lo lineal, de lo denotativo pluscuamperfecto. Pongo por caso Jorge, también Pola, o Julián Rodríguez.

miércoles, 9 de junio de 2010

Los muertos


La lectura de la novela Los muertos resulta desconcertante al inicio. Nos hallamos en un mundo que se parece al nuestro punto por punto, pero al mismo tiempo nos resulta extraño, desfigurado por un modo de contar hecho de fogonazos narrativos que distancian al lector, que lo convierten en un espectador atrapado. La imagen es la siguiente: el espectador se halla sentado en el sofá de casa y mira cómo su hijo evoluciona por las pantallas de un juego en el que los personajes aparecen y desaparecen, son sombras de sí mismos, carecen de pasado y lo buscan por medio de adivinos, se matan sin matarse, adquieren consistencia desde la nada y se esfuman sin más, víctimas de una Pandemia que azota a toda la población… Otra imagen: el espectador se encuentra en el sofá de casa, pero esta vez no tiene a su hijo al lado, sino la televisión encendida, y disfruta de la contemplación de una serie televisiva estadounidense. De hecho, Los muertos, en la novela, es una serie de éxito planetario. Leo y veo escenas de la serie, personajes que han venido a parar a ésta desde otras series de culto. La novela es compleja. La novela se adentra en territorios creo que inexplorados. Hace algún tiempo, con un amigo profesor universitario, hablábamos del futuro de la novela. Desde mi perspectiva de lector, que no es ni mucho menos la misma que la de un crítico, aunque en ocasiones me dé el ramalazo de pretender emularlos, le decía que un escritor que consiguiera reunir en una de sus obras toda la complejidad del mundo contemporáneo, sería el escritor que lograría desmarcarse, crear escuela. Pienso que Jorge Carrión lo pretende en la suya, y que sale bien parado del intento. En ese sentido se sitúa en la estela de esos escritores precisamente estadounidenses que estos últimos lustros han hecho de su literatura un espejo de la realidad múltiple y deformante: Don Delillo, por ejemplo, o Thomas Pynchon. Carrión bebe también, desde luego, de las tramas complejas y fascinantes de Los Soprano, de The Wire, de Lost… artilugios narrativos que han revolucionado la manera de contar y mirar, que han creado asimismo un nuevo tipo de espectador que se involucra en lo que ve por medio de las redes sociales y que pretende, incluso, ejercer de juez y parte en las decisiones que toman los guionistas. (Hoy mismo, por ejemplo, leo un artículo en el que se dice que los seguidores de Flash Forward no están de acuerdo con el final de la primera temporada de la serie y pretenden manifestar su descontento haciendo una parada de 2 minutos y 17 segundos, que es lo que dura el desmayo que sufren los 6.000 millones de habitantes del planeta Tierra). La novela se divide en dos partes o temporadas. A la finalización de la Primera, hay unas páginas que son Reacciones, a partir de la serie, de una especialista en la materia que nos ofrece claves para entender qué estamos leyendo-viendo. Finalizada la Segunda, un apéndice recoge el artículo de dos profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona, que analizan ambas temporadas bajo el título de Nuevas teleseries estadounidenses de culto. Tanto las Reacciones como el Apéndice posibilitan que el lector de la novela entienda de qué va este juego fascinante creado por Jorge Carrión, y también que el espectador que somos una vez empezamos a leer, halle referencias que aclaran pasajes, maneras de comportarse, sorpresas de un guión complejo que acaso no necesite explicación, pero que da para una tesis universitaria si se diese el caso. De hecho, algunas universidades americanas están utilizando episodios de las series mencionadas más arriba para dar sus clases de filosofía, de historia, de ética, incluso de literatura. Porque, al igual que Los muertos, poseen la virtud de, con un lenguaje fílmico-literario, hacer llegar a una población millonaria cuestiones que nos incumben muy de cerca, aunque hasta hace muy poco su difusión estuviese limitada a lugares sagrados, los del saber y los del alma. Invito, pues, a leer esta obra sin complejos, abiertos a nuevas posibilidades de decir, y dejarse llevar por ella, advertidos de que, desde el instante en que aparece el primer Nuevo en posición fetal, nos corporeizamos en seguidores de la serie de mayor éxito después de Lost.


Bienvenido. (Los Muertos 1 de 4) from Sergio Espín aka 3eses on Vimeo.

martes, 8 de junio de 2010

Leo Los muertos


Creo que una de las grandes aportaciones de series como Los Soprano o The Wire es haber popularizado modos de narrar adscritos hasta hace poco a películas menos comerciales y, en el caso de la literatura, a obras de lector curtido, experimentales, no siempre aptas, empeñadas en ir más allá, haciendo uso de técnicas novedosas inapropiadas a veces, pero que, en manos de grandes autores, han posibilitado la expresión de sentimientos vedados y de realidades incómodas. Acaso los autores sudamericanos fueron de los primeros en hacer llegar al gran público lector sus historias valiéndose de todas esas técnicas que revolucionaron el mundo de la novela, y tuvieron éxito porque supieron ajustar el contenido con el modo sin llegar a los extremos disparatados de algunos autores europeos, más preocupados en flirtear con el límite de la expresión que en decir cosas de sustancia. Uno sigue la primera temporada de Los Soprano, por ejemplo, y entiende enseguida que su papel de espectador no debe limitarse a mirar pasivamente lo que se le ofrece, pues sin su intervención la historia quedaría deslavazada. Los huecos argumentales, las elipsis, las referencias a sucesos ocurridos en episodios anteriores, obligan a participar, a llenar esas grietas con el conocimiento que se tenga de los personajes y sus actos, de modo que cuando uno acaba el disfrute de los trece capítulos que conforman esa temporada, comprende que lo que ha sucedido a lo largo de sus trece horas es algo asombroso, un prodigio de buen hacer narrativo. ¿A qué viene esta reflexión? Pues a que he iniciado la lectura de Los muertos, de Jorge Carrión, obra que toma como referente una serie televisiva de éxito, cuyo título es ese, Los muertos, y, al terminar la primera parte de la misma, se me ocurre que lo que hace Jorge Carrión es un juego muy interesante: tomar como modelo narrativo el de las series mencionadas, que no es más que un reflejo de los modelos literarios, y de este modo consigue un producto híbrido entre la literatura, en tanto que autor de la novela, y la ficción televisiva, en tanto que reproduce el argumento de una teleserie de repercusión planetaria. No es nuevo que lo cinematográfico influya sobre la literatura, pero en este caso no es la cámara, el seguimiento que se hace de los personajes, el modo de mirar, sino que la literatura influye sobre la propia literatura a través del cedazo de las series que estos últimos años han revolucionado el ámbito de lo ficcional.

viernes, 4 de junio de 2010

El viajero del siglo


Cosas que me gustan de El viajero del siglo:

La idea de la ciudad cambiante. Hans, su protagonista, al igual que Álvaro, su amigo español, tienen la sensación de que las calles de Wandernburgo cambian su disposición, que de un día para otro se han desplazado como si la ciudad estuviese viva. Un movimiento que no se limita a lo intestinal, es una urbe que se desplaza en el espacio, que, al albur de los acontecimientos históricos, cambia de lado de frontera, entre los estados de Sajonia y Prusia, y es un estandarte católico en territorio protestante, o lugar en territorio católico con ciudadanos protestantes entre su élite.

Se ha señalado el uso, por parte de Andrés Neuman, de técnicas literarias modernas para escribir una novela decimonómica. Franz es el nombre que recibe el perro del organillero. En cierto momento, el narrador penetra en la mente del perro. Nos cuenta qué mira y qué experimenta ante lo que ve y huele. Es un párrafo breve en una novela muy larga. Sorprende encontrárselo precisamente por eso, porque resulta inesperado que de improviso, el perro, a ojos del narrador, cobre un protagonismo esencial.

Lo más destacable para mí, sin embargo, es la figura de Sophie. Vale que el protagonista de la novela es Hans, ese viajero que se dirige a Dessau y se queda en Wandernburgo, del que no sabemos gran cosa salvo que ha visitado numerosos países, que es traductor al alemán de textos literarios escritos en otras lenguas europeas, y que posee conocimientos relacionados con todo tipo de saberes, lo que le permite rebatir, con argumentos consistentes en el salón de la casa Gottlieb, al profesor Meetter. Pero es Sophie, la hermosa e inteligente Sophie, la que lleva el peso de la trama, el eje en torno al cual giran todos los personajes de la novela. Andrés Neuman, es mi humilde opinión, no se ha limitado a transgredir códigos formales de la novela realista del diecinueve usando técnicas que son propias de la novela del veinte, sino que además cuenta una historia del diecinueve desde la perspectiva narrativa y moral del veintiuno. Esto es, al escoger una heroína para su novela, no se limita a retratarla conforme lo hicieron autores como Flaubert, Leopoldo Alas o Tolstoi con las suyas, que hurgaron en sus conciencias pero no se atrevieron a darles voz, a permitirles que manifestasen con sus actos y sus opiniones su sentir más profundo; Andrés Neuman crea un narrador menos atento a la gestualidad o a la tortura psicológica complaciente, empeñado, en cambio, en retratar sin tapujos y a decir sin censura, que observa y expone lo que ve libre de subterfugios. La mujer indecisa (llámese Emma, llámese Ana), martirizada por su conciencia, que se entrega al fin ciega de amor, se nos aparece aquí dueña de sus actos, con virtudes y máculas, bella y lasciva, capaz de, en un mundo de hombres, imponer un modo de ser que no se ajusta al molde pero que resulta mucho más verosímil que la visión irritantemente masculina de un Clarín, por ejemplo. (Aunque para la época, su personaje sacudido por el deseo, aburrido de cuanto se considera apropiado y bueno para ella, fuese todo un ejemplo de rebeldía dirigido a mujeres constreñidas bajo el peso de una sociedad oscurantista). Y eso es una de las cosas que más me han admirado: hallar un personaje femenino como sacado de una novela realista del XIX, pero visto desde la situación de un narrador del siglo XXI.



jueves, 3 de junio de 2010

Novela histórica


En cierto momento, Hans declara su opinión sobre la novela histórica en el salón de la casa Gottlieb; opinión que es en el fondo una declaración de principios en defensa de la novela que él mismo protagoniza.

...En cuanto a los argumentos, yo los veo vacíos. Llenos de acontecimientos pero vacíos de sentido, porque no interpretan su tiempo ni los orígenes del nuestro. No son realmente históricos. Los folletines utilizan la documentación como telón de fondo, en vez de tomarla como punto de partida para reflexionar. Sus argumentos casi nunca vinculan pasión y política, por ejemplo, o cultura y sentimientos... Por no hablar del estilo, ¡ay, el estilo de las novelas históricas! Con todos mis respetos, me cuesta entender que se sigan contando aventuras de caballeros como si no se hubiese escrito nada desde las novelas de caballerías. ¿Acaso el lenguaje no transcurre, no tiene también su historia?...

Creo que esta reflexión es perfectamente aplicable a la situación actual, en que la novela llamada histórica tiene tanto espacio en los estantes de las librerías como escasa exigencia documental.