sábado, 13 de febrero de 2010

Le papa de Simon


Hay autores a los que se ha leído en un momento dado y de los que después se olvida uno, pero que están ahí, que son parte esencial de la historia de la literatura, que hay que leerlos porque gustó ese único libro que se posee suyo y de los que de vez en cuando llegan noticias, aparecen reseñas, se habla tangencialmente. Es el caso de Guy de Maupassant. Leí, y poseo, en una edición de la antigua Bruguera, Bel ami, historia de la que guardo muy grata memoria; pero nunca hasta hoy mismo había leído ninguno de sus cuentos. Uno de ellos, Bola de sebo, está considerado tal vez el mejor que se haya escrito. Es el segundo de los que conforma la colección que, bajo el título de Cuentos esenciales, ha salido editada por Mondadori en su colección Debolsillo. Reúne un total de 119 narraciones a lo largo de 1261 páginas amazacotadas. Dudé antes de comprarlo. Su volumen, del tamaño aproximado al de un adoquín y con igual grosor, me amedrentó. Pensé: un libro de estas características solo puede leerse sentado y con un cojín a modo de atril donde apoyar las manos. En la cama, imposible. Podría descalabrarte si por un azar te quedases dormido y se te viniera encima. Así que el primer cuento, El papá de Simón, lo he degustado sentado a la mesa del escritorio. Su atractivo: el modo en que se sucede lo trágico del inicio y la ternura de hallar a un padre. No un padre cualquiera, sino a Philippe Remy, el herrero, del que todos nos sentiríamos orgullosos.

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