lunes, 15 de febrero de 2010

Bajo los vientos de Neptuno


Bajo los vientos de Neptuno, título sugerente para esta novela de Fred Vargas que ha vuelto a sorprenderme por su barroca elaboración policiaca, por cómo logra que el lector acepte lo que en otras manos hubiera resultado del todo inverosímil, pues son sus historias variaciones atrevidas en un género asentado, que tiene la lógica como su punto fuerte, pero que en el caso de Vargas sirve para urdir tramas del todo surrealistas. El comisario Adamsberg recupera un antiguo caso, el del Tridente, un asesino que cada cuatro años mata a una víctima, pero que se las ingenia para que la culpa del crimen caiga sobre algún borracho que duerme la mona cerca de donde asesina. El Tridente ha vuelto a hacerlo poco antes de que Adamsberg vuele, junto a algunos de su colaboradores, a Canadá, donde la policía de este país se ha comprometido a enseñar a los franceses modos de encontrar pistas sirviéndose de las técnicas más avanzadas. El problema es que el Tridente, en realidad un juez, hace años que murió, y nadie piensa seguir al comisario en su empeño por cazar a un fantasma. La cosa se complica cuando, una vez en América, una muchacha aparece muerta con tres agujeros en el vientre y todo indica que el asesino ha sido el propio Adamsberg. Su huida es un prodigio de juego narrativo, con el que Fred Vargas demuestra su dominio del absurdo. Con la ayuda de una hacker nonagenaria, y la intuición como arma para resolver un enigma a todas luces irresoluble, las piezas irán encajando, siendo éstas un émulo de las que conforman un juego chino, el Mah-Jong, en el que intervienen dragones y vientos.

Fred Vargas no usa su narrativa para hablar de la sociedad presente. Ello la distingue de otros autores policíacos contemporáneos, pero sí que profundiza en la psicología de cada uno de sus personajes, el más atractivo de todos el propio Adamsberg, empeñado en no ver lo evidente, pero también otros como Danglard, el adjunto, fiel confidente y amigo, o la gorda Retancourt, que aprovecha su invisibilidad para pasar desapercibida a ojos de unos policías que no se sienten atraídos por alguien como ella. Los diálogos son asimismo brillantes, escuetos, con los que cada personaje se comunica con eficacia suma, no desperdicia el tiempo, y que por ello mismo pueden resultar un tanto crípticos, pues el lenguaje aquí no es solo herramienta que se usa para transmitir ideas, sino que lleva aparejadas sugerencias e información que se da por ya sabida, como si todos se conocieran desde hace tiempo aunque hayan sido presentados minutos atrás.

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