sábado, 24 de octubre de 2009

Un billete de tren


Algunos libros de los que se poseen contienen, además de sus historias, anotaciones que se hicieron durante su primera o segunda lectura; la fecha del día, mes o año de su compra; el teléfono de alguien al que ya no recordamos pero cuya importancia entonces nos movió a pedírselo (número que no es el de un móvil, pues ni siquiera imaginábamos que algún día llevaríamos uno en el bolsillo); o algún papel u objeto plano entre sus páginas, que usamos a modo de punto, y que se ha conservado incorruptible igual que un fósil. La metamorfosis de Kafka que poseo la editó Alianza en su colección El libro de bolsillo y corresponde a su edición decimoquinta, de diciembre de 1980, que yo adquirí en 1981 con 17 años. Han pasado casi treinta. Vuelvo a leerlo y me encuentro dentro un billete de tren. Es un billete de color amarillo, de cartón duro, con sendas muescas realizadas con un aparato que llevaban a mano los revisores: una correspondiente a la ida, y la otra a la vuelta. 32 kilómetros de recorrido desde la estación de Mataró hasta la de Plaza Cataluña en Barcelona. Fecha en la que fue comprado el billete: 5 de julio de 1989; esto es, ocho años después de adquirido el libro.

En 1989 yo estudiaba en la Universidad Central; pero no en julio. Ese día debí quedar con un amigo con el que sigo manteniendo una relación firme, cimentada sobre el conocimiento mutuo, sobre lecturas compartidas, sobre encuentros en cafeterías y restaurantes a lo largo de media vida, sobre la comprensión y la generosidad. Quiero pensar que durante la cita hablamos de Kafka y de su obra, y que volví a adquirir de mi amigo nuevos conocimientos, nuevas maneras de abordar la literatura. Debió ser mi segunda lectura de La metamorfosis. La tercera o cuarta la hice pocos días atrás, en este año de 2009. Me tienta llamar a ese viejo amigo y comunicárselo, si no es que ha entrado en el blog y ha leído ya la reseña. “Te llamo por una tontería: he vuelto a leer a Kafka y la verdad, sigue maravillándome”, le diría, y echaríamos unas risas a costa del tiempo ido. Pero nos veremos el viernes que viene. Comeremos juntos y Joaquín estará con nosotros. Y pensar en ello me emociona, porque será como regresar al pasado. Más viejos todos y más calvos, sí, pero también un poco más sabios.

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