sábado, 10 de octubre de 2009

Como un canto de amor, más que de muerte


Releo las Coplas de Manrique. Me emociono de nuevo con la sencillez de esos versos, que han pervivido en el tiempo a lo largo de seiscientos años sin que hayan perdido un ápice de su fuerza expresiva. Todos, alguna vez en nuestras vidas, deberíamos leerlas. No sentirlas como literatura, sino como expresión dolida de un sentimiento en el que no ha lugar el llanto. Como un canto de amor, más que de muerte, a todo cuanto se ha sido y experimentado, pese a lo efímero y engañoso. Es lo que hay, diría un castizo. Y sabiéndolo, no cabe sino aceptar el contrato con voluntad firme de pervivir en lo futuro. Dejar memoria, por pequeña que sea. Ser sin pretender y gozar de los dulzores, pero sin empalagarnos. Abrir el libro, buscar la primera de ellas, empezar a recitarla en voz alta, dejarse llevar por la melodía serena de sus versos: placer sumo al alcance de letrados y de quienes trabajan por sus manos, aunque muramos. La sencillez con la que Manrique supo transmitir el ideal de su tiempo, el modo tranquilo con el que llega la muerte y el maestre Rodrigo la recibe, tal que a vieja amiga, es de esos logros que hallan la eternidad sin pretenderlo.

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