En Tormento, los personajes que protagonizan la novela subordinan su felicidad a lo que hagan o digan quienes les rodean, estableciéndose entre ellos una red malsana de servidumbres, de tal forma que una pizca de dicha llevará aparejada un sinnúmero de disgustos ya pasados o por venir. Así, mujeres como Rosalía Pipaón de la Barca, esposa de Bringas, estará siempre pendiente de los vestidos gastados por el uso que la reina tiene a bien regalarle de tarde en tarde, procurándole con ello un gozo que exhibe ante quien se encuentra a mano; pero al mismo tiempo sufre porque su hija no es lo bastante mayor como para poder casarse con el ricachón de su primo político, Agustín Caballero, hombre hecho a sí mismo, con fortuna, cuyos negocios están en América, y que ha regresado a Madrid con la única idea de hallar consorte y establecerse con las comodidades propias de un burgués anglosajón. Se trata, sin embargo, de un hombre sumamente tímido pero con las ideas bien claras. Para cumplir su deseo, hará proposiciones a quien él cree es la mejor candidata, Amparo Emperador, mujer joven y guapa que se deja agasajar y consiente, pero que oculta un terrible secreto. Su felicidad, la de ambos, dependerá de cómo se desarrolle la relación de Amparo con un segundo pretendiente, del que quiere huir y no puede, un tal Pedro Polo, antiguo maestro y eclesiástico, al que destruye el deseo de poseer a una de las hijas huérfanas de su amigo Emperador; pero también de ella misma, el único personaje que no somete su voluntad solo a la de los otros, lo hace también a la suya débil, que no la deja vivir como quisiera. La novela es un toma y daca de alegrías y desengaños, y el lector, que atiende a los hechos desde la barrera, no sabe a qué carta quedarse, si a la de tomarse en serio cuanto se le explica, o a la de dejarse llevar del modo que pedía Cervantes, con regocijo y disfrutando del empeño. ¿Que cuál es este empeño? El que puso Galdós en aprovecharse de los detritos del folletín decimonómico, del que tantas cabezas lectoras alimentaron su fantasía.
Es ahí, en su carácter folletinesco, donde se encuentra el gran valor de esta novela que, junto al El doctor Centeno y La de Bringas, conforman una trilogía cerrada en sí misma. Galdós no ahorra ningún tipo de lance, estira hasta lo imposible las situaciones melodramáticas y logra, lo confieso, que un lector del siglo XXI viva, junto a la pobre Amparo, la angustia de no saber qué va a ser de su futuro. Aprovecha el autor, no obstante, para hacer un retrato feroz de la clase social pequeño-burguesa y funcionarial en un Madrid a punto de convertirse en escenario de una revolución popular que finalizará con la instauración de la primera de las dos Repúblicas vividas en España. El retrato de personajes es exaustivo y demoledor, convirtiendo en monigotes crueles a quienes dicen guiarse por sentimientos solidarios. La hipocresía campa a sus anchas, y el amor puro, o meramente acomodaticio, debe librar una dura batalla contra los intereses personales, contra la mezquindad y la avaricia. Vale que el folletín lleva al extremo cualquier muestra de deseo u odio, pero cuando se hace con la maestría de un autor como don Benito, permitiendo que sus criaturas se expresen con la voz propia de su casta, ya sea ésta moral o social, lo que se consigue es un retablo en el que las figuras que se nos muestran en él son calco de su sociedad. Lo que importa en esta novela, pues, no son tanto las vicisitudes de una pobre huérfana en las garras de un ser desalmado como lo es Pedro Polo (pese que es aquí donde el lector hallará mayor diversión), sino en cómo se muestra aquel modo de pensar cicatero en contraste con el sentir limpio de un hombre desprendido con sus parientes, libre de zarandajas políticas y religiosas, cuyo única intención, al regresar a España, era la de hallar un sitio en el que vivir tranquilo, acompañado de una mujer sencilla e inteligente con la que compartir su gozo.
Es ahí, en su carácter folletinesco, donde se encuentra el gran valor de esta novela que, junto al El doctor Centeno y La de Bringas, conforman una trilogía cerrada en sí misma. Galdós no ahorra ningún tipo de lance, estira hasta lo imposible las situaciones melodramáticas y logra, lo confieso, que un lector del siglo XXI viva, junto a la pobre Amparo, la angustia de no saber qué va a ser de su futuro. Aprovecha el autor, no obstante, para hacer un retrato feroz de la clase social pequeño-burguesa y funcionarial en un Madrid a punto de convertirse en escenario de una revolución popular que finalizará con la instauración de la primera de las dos Repúblicas vividas en España. El retrato de personajes es exaustivo y demoledor, convirtiendo en monigotes crueles a quienes dicen guiarse por sentimientos solidarios. La hipocresía campa a sus anchas, y el amor puro, o meramente acomodaticio, debe librar una dura batalla contra los intereses personales, contra la mezquindad y la avaricia. Vale que el folletín lleva al extremo cualquier muestra de deseo u odio, pero cuando se hace con la maestría de un autor como don Benito, permitiendo que sus criaturas se expresen con la voz propia de su casta, ya sea ésta moral o social, lo que se consigue es un retablo en el que las figuras que se nos muestran en él son calco de su sociedad. Lo que importa en esta novela, pues, no son tanto las vicisitudes de una pobre huérfana en las garras de un ser desalmado como lo es Pedro Polo (pese que es aquí donde el lector hallará mayor diversión), sino en cómo se muestra aquel modo de pensar cicatero en contraste con el sentir limpio de un hombre desprendido con sus parientes, libre de zarandajas políticas y religiosas, cuyo única intención, al regresar a España, era la de hallar un sitio en el que vivir tranquilo, acompañado de una mujer sencilla e inteligente con la que compartir su gozo.
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