viernes, 4 de marzo de 2011
La fiesta del oso
Es muy tentador alimentar un mito sobre la base de lo que pudo haber sido y no fue. Cuando alguien desaparece en una huida provocada por la derrota en una guerra, y no se vuelve a saber de él, a quienes quedan, sus familiares y amigos, no les quedará más consuelo que el hacerse cábalas sobre lo que puede o no haberle ocurrido. Entre las múltiples posibilidades hay dos que no por opuestas dejan de ser lógicas: o bien que haya muerto, o bien que haya conseguido sobrevivir y acaso algún día regrese y los sorprenda. La historia que propone Jordi Soler en La fiesta del oso parte de la premisa expuesta. El narrador, durante toda su vida, ha creído a pies juntillas que su tío Oriol, republicano herido en una pierna, murió mientras ascendía las montañas que separaban el mundo por el que había luchado, del país donde sus compatriotas hallarían una acogida si no hostil, no todo lo cordial que habían esperado. Su muerte, además, se hallaba reputada por un acto a todas luces heroico: en su marcha por el monte nevado, sin sentir su pierna herida, cargó durante kilómetros con el cuerpo de un compañero demasiado débil como para hacer por sí solo el camino. Testigo del hecho fue otro soldado que logró sobrevivir, pero que nunca aseguró que Oriol muriera. Tal incertidumbre hizo posible que el hermano de Oriol, Arcadi, construyera a su vez un final muy distinto al del narrador. Puesto que Oriol tocaba el piano, pensó, no era descabellado imaginar que acaso se le hubiera presentado la ocasión, una vez a salvo, de encontrar trabajo en alguna orquesta de renombre, y a partir de ahí, iniciar una exitosa vida como concertista.
La novela propone unos hechos que se asientan sobre los cimientos de la imaginación y de la esperanza, pero que, una vez el narrador tope con quien le proporcione información inédita, y hasta entonces inimaginable, de su tío, caerán derruidos, tremendamente absurdos frente a una realidad que acabará imponiéndose desmitificadora y cruel, con mayor fuerza novelesca que el cuento perpetrado a partir de la nada. En esta ruptura con lo puramente imaginado va a tener gran importancia un personaje de los que quedan para la historia de la literatura, un hombre llamado Noviembre Mestre cuya particularidad es su enorme estatura, que lo convierte en un gigante. Noviembre vive a solas, es algo idiota, cuida de un puñado de cabras, y su mundo se reduce a los prados y montes que rodean su cabaña. Será él quien, en sesiones que se prolongan a lo largo de varias semanas, irá dando noticia al narrador de lo sucedido con su tío Oriol y con él mismo. Contar aquí su historia sería traicionar la novela. Vale decir, sin embargo, que lo que poco a poco va conociendo el narrador difiere por completo de las versiones que tanto él como Arcadi, hermano de Oriol, habían pergeñado movidos por la esperanza de volverlo a ver en un caso, y por la necesidad de tener un referente heroico, por el otro.
Mérito no menor, aparte de su originalísima historia, es el modo en que se nos narra. El estilo usado por Jordi Soler resulta hipnótico y, una vez se empieza a leer un capítulo, es como si se fuese tirando de un hilo al que van quedando enganchadas continuas digresiones al caso, adjetivos precisos, información que anuncia lo que se va a contar más adelante, o que recoge cosas ya contadas, pero que sirven para dar a la narración una robustez no exenta de breves respiros que presagian giros inesperados, vueltas de tuerca que hacen de La fiesta del oso una novela muy atractiva, un ejercicio en el que parece decírsenos que el hábito no hace al monje. Que un hombre haya defendido la República contra el fascismo, que pertenezca a la burguesía barcelonesa y toque el piano, no implica necesariamente que ese hombre sea un dechado de virtudes. Como tampoco debe entenderse que alguien de aparencia monstruosa tenga que comportarse como un monstruo. No nos dejemos engañar tampoco por la portada que propone la edición de Mondadori. Ésta no es una novela sobre la Guerra Civil, al menos no es "otra novela sobre la Guerra Civil". Es una novela sobre la maldad y la bondad, y sobre cómo tendemos a rellenar los huecos que nos afectan con la masilla de la ficción, que tanto poder tranquilizador posee.
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