Hace unos días un amigo me llevó a dar un paseo por los Encantes de Barcelona con la promesa de que iba a enseñarme un puesto en el que podían encontrarse libros de interés a bajo precio. La mañana había amanecido ventosa y fría, pero con mucho sol, por lo que el mercado lo hallamos a rebosar de gente que deambulaba por entre las paradas más o menos bien armadas y las pilas de cachivaches. El puesto en cuestión se encuentra al fondo de la lonja, metido en una suerte de túnel de unos diez o quince metros de largo. El túnel está ocupado por estanterías y mesas en las que se amontonan los libros. Un tipo, sentado en una silla a la entrada del túnel, controla el zangoloteo de los posibles compradores. Aparte del pasaje, vigila asimismo una habitación o almacén en el que hay más libros apelotonados.
Al meternos hacia el interior del paso, lo primero que percibí fue un intenso olor a orina de gato, y me dije dónde ha venido a traerme mi amigo, sitio más roñoso es difícil de imaginar; pero como creo en su sagacidad para estar al corriente de lo que se oferta y vende, no tuve mayor problema en ponerme a hurgar entre las columnas de volúmenes que se extendían ante mí. Pronto los dedos estuvieron sucios de polvo. Con todo, al cabo de unos minutos de paciente búsqueda, pude dar con ejemplares bien conservados de libros que ya tengo, pero que para un lector que se inicia en esto de la literatura podrían servirle para empezar a reunir una bien surtida biblioteca en su casa.
Uno de los libros que hallé fue un volumen editado por Argos-Vergara en 1982. Su título, La mujer del teniente francés. Era un volumen con las páginas amarillas de viejas, pero en perfecto estado, protegido por una funda o portada falsa en la que aparece una foto de la pareja que protagonizó la versión cinematográfica, esto es, Jeremy Iron y Meryl Streep. Los dos aparecen muy jóvenes. Yo no he visto la película, pero recuerdo que en su momento tuvo un gran éxito. Tras informarme ahora, compruebo que fue nominada a cinco premios Óscar, entre ellos al de mejor actriz. Por no saber, ni siquiera sabía que la película estuviese basada en una novela y, al verla en ese montón de libros, lo primero que pensé es que se trataba de un best seller como tantos otros que han servido para que Holliwood pudiera nutrirse. Mi amigo, que es profesor de literatura contemporánea, me preguntó si la había leído y le contesté que no. Pues no dudes en comprártela, me sugirió, es una novela excelente.
Pensé que me estaba gastando una broma. Luego, ante su insistencia, cedí y la compré. Me costó un euro. Los otros dos títulos que acabé adquiriendo son Corre, conejo y El grupo. Ya fuera de los Encantes, mi amigo me confesó que esa misma semana pensaba hablar en una de sus clases de John Fowles, el autor de La mujer del teniente francés, porque con su novela había logrado una historia puramente decimonómica armada sobre un juego de referencias y apelaciones al lector que la hacen sumamente atractiva para aquellos alumnos interesados en los mecanismos de la escritura. Confieso que me dejó algo perplejo. Seguía convencido de que había comprado un best seller destinado a ocupar un espacio secundario en mi estantería, pero aquella información que se me estaba ofreciendo empezaba a hacer de la novela un plato exquisito. Hay un momento, me dijo, en el que el narrador se despoja de su máscara y se muestra ante el lector tal cual, inquieto porque los personajes no se le vayan de las manos, porque el andamio que está levantando no se le desmorone y quede hecho ruinas. Quiso leerme el momento de la historia en el que eso ocurre, y le dije que no, que ya lo haría yo por mi cuenta, ansioso por iniciar la que prometía ser una lectura enriquecedora. Y lo está siendo, vaya si lo está siendo. Y entre las cosas que puedo resaltar de ella, a la espera de poder dedicarle mayor comentario, es que tratándose de una novela histórica a imitación de las que escribieron autores insignes de origen británico, resulta de una modernidad extraordinaria. Lástima que no la haya podido descubrir hasta ahora. Pero, como dijo aquél, qué envidia no haber leído el Quijote, porque quien lo haga por primera vez vivirá la experiencia de gozarlo plenamente.
Juan Manuel, pues yo también sentía ese prejuicio debido al tufillo a best-seller (no en vano era un libro muy regalado en cajas de ahorro )y ni siquiera me había planteado visionar la película, a pesar de estar el gran Jeremy Irons al frente. Te agradezco que nos quites las anteojeras para que en un futuro pueda realizar la lectura.
ResponderEliminarMe ha divertido tu paseo por los "Encantes" porque la descripción era clavada. Llevo muchos años pasando por este mercado cada semana (antes casi dos o tres días por semana y ahora solamente los sábados por motivos laborales). Allí he comprado más del 60% de mis libros (o más de mil si prefieres)y he conseguido auténticas joyas a precios irrisorios. Mucha gente desconoce lo que hay allí (no sólo en libros, sino en muebles, ropa,cuadros, juguetes y las cosas más inverosímiles que se puedan pensar). De hecho los anticuarios siguen acudiendo fielmente al mercado porque es el único lugar donde todavía puedes encontrar material a buenos precios (se impone el reciclaje y la reutilización). Aunque te podría hablar horas de todo lo que encontrado allí y lo divertido que ha sido pasear todas las semanas, me ceñiré a los libros. Ciertamente ese puesto que dices ha ido creciendo en un año bárbaramente y aunque la gente se asusta de ver montañas de libros apiladas, con un poco de paciencia puedes encontrar joyitas (sin ir más lejos el otro día me llevé diez de golpe, lo cual me crea el problema del espacio pero es que a veces te duele dejar según que libros y por eso he optado por regalar libros a todo el mundo, por el puro placer). Pues eso, a ver si un día coincidimos. Estaré atento al teniente francés. Un saludo.
Qué no sería de nuestras bibliotecas sin este tipo de comercios. Aquí en Mataró había uno hace años al que acudíamos mi amigo y yo a abastecernos y del que salíamos cargados todos los sábados con bolsas llenas con diez o quince libros. Lo mejor era después cuando, sentados a la mesa de un bar y con una cerveza, repasábamos los títulos adquiridos y él me ilustraba sobre algunos de los autores. Ya por entonces tenía madera de profesor universitario. Gracias a esas lecturas, y a esas charlas tan fructíferas, y a tantas otras cosas que la vida fue deparando, confieso que no ha estado tan mal. Sabiendo que los sábados estás por ahí, quién sabe, tal vez algún día coincidamos, aunque lo veo difícil dadas las obligaciones familiares, irrevocables ese día de la semana. El Mercadona se impone sobre los Encantes, qué le vamos a hacer. Un fuerte abrazo.
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