
La novela Bartleby, el escribiente la leí hace ya algún tiempo y me inquietó su protagonista de tal modo que cuando al final de la historia Melville expone el motivo de su desidia, el sentimiento predominante en mí hasta entonces se trocó en tristeza. Quien la haya leído, sabrá el motivo de que el escribiente Bartleby prefiriera no hacer lo que se le pide. Un motivo, en todo caso, lo suficientemente poderoso como para que una persona decida no actuar y comportarse igual que ausente. Bartleby y compañía, la obra de Vila-Matas, habla de aquellos escritores que habiendo escrito alguna vez, o sin escribir siquiera, deciden en un punto determinado de sus vidas desentenderse de la literatura y dedicarse a otra cosa, o bien suicidarse, siempre a causa de alguna razón no siempre bien explicada, pero en tal medida importante que hace inevitable su decisión. Debo confesar, sin embargo, que siendo un tema sumamente interesante, entiendo que acaso se le ha dado excesiva trascendencia. En esta obra, lejos de enfatizar, Vila-Matas lo que hace, pienso, es ironizar sobre esos autores adscritos al no y sobre sus razones, pues en el fondo lo que importa es la obra que tienen hecha. Para dejar claro que todo el libro, a mi entender, es una suerte de broma, a Vila-Matas no se le ocurre otra cosa que sacarse de la manga a un narrador jorobado, empleado en una oficina a imagen del Bartleby del título, pero también de Kafka o Pessoa, que se pide una baja de varias semanas para poder dedicarse por entero a la confección de unas notas a pie de página para un libro que no existe. La lista de escritores que alguna vez, o bien porque consideraron que el lenguaje no es lo suficientemente amplio como para reflejar todos y cada uno de los matices de la realidad, o bien porque tras una o dos novelas consideraron que ya lo habían dicho todo, optaron por callar y desaparecer del mundanal ruido, es muy numerosa, y el narrador se extiende con cada uno de ellos lo suficiente como para que el lector acabe convencido de que en la historia de la literatura occidental un gesto como éste no debe ser desdeñado, pero tampoco mitificado. Acaso lo más interesante del juego propuesto no sea la nómina de autores y sus motivos como el hecho de que tal vez el esfuerzo del narrador geperut que se nos dirige, estoy convencido que con voluntad de que sepamos de él, de convertirse en autor reconocible, esté condenado al ostracismo dada su propia personalidad y el tema escogido. La suerte es que el autor sea Vila-Matas, en cuyo caso era seguro que la obra llegaría a nosotros y de paso conoceríamos a todos esos desertores de la literatura empeñados en que su vida es acaso más importante que lo escrito, o que la literatura es un reflejo pobre de la verdadera novela que es nuestro propio existir; o a quienes desdeñaron los laurales y lo que hicieron fue simplemente escribir porque pensaron que ante todo es la literatura, y la vida el peaje necesario para poder acceder por la palabra mediante a su verdadero sentido. Personajes ilustres de la opción última: Salinger o Pynchon; de la primera, Rulfo o B. Traven, tal vez el más sobresaliente de los bartlebys, autor, entre otras, de El tesoro de Sierra Madre.