lunes, 1 de marzo de 2010

La última noche


La vida, nos dice James Salter, es una moneda con su cara y su envés. Sus cuentos son monedas que giran en el aire. El azar las hará caer de uno u otro lado. Con todo, resulta muy fácil sucumbir a la tentación de atravesar la línea que separa el lado luminoso de la existencia de aquel en el que transitan las sombras del deseo, de la traición, del engaño. Los personajes que sobreviven en estos cuentos lo hacen de un modo aparentemente sereno; pero basta un giro en sus vidas, un pequeño desajuste en la maquinaria que gobierna sus días y sus noches, para que todo se tambalee, para que la firmeza de sus piernas bien asentadas sobre los cimientos de una familia feliz, de un trabajo, de una relación satisfactorios, se vea debilitada y ellos cayendo, o a punto de caer en el mismo error, acaso en un error nuevo del que saben que saldrán maltrechos. En ocasiones, esa sacudida que los desequilibra parte de una figura palpable del pasado, que regresa o hace presente de improviso, de una muchacha a la que conocen casualmente en una fiesta, de un perro que te sigue y cuyo amo te atrae y repele a un tiempo. Son infinitos los modos de alterar sus pautas de conducta. Lo irónico es que en ocasiones, aquellos mismos que intentan reconducir el camino de quienes se apartan del correcto, son asimismo compañeros de viaje, metidos hasta el cuello en la ciénaga del engaño y la hipocresía. No siempre, sin embargo, lo que se les propone implica destrucción, sino una salida que llega tarde, un vericueto por el que acceder de modo más directo a la felicidad. Lo que se tiene nos hace cobardes. No necesariamente desdichados, sí cobardes. Tal vez sea mejor así.


Releo el comentario y no sé si tiene algo que ver con el espíritu de este libro. La última noche es su título. Su autor: James Salter. Grande entre los grandes, nos advierte la contraportada. Sus historias no se limitan a explicar, sugieren desazón, miedo, amor contenido. ¿Cambiamos con el paso del tiempo? Me temo que sí. Es inútil que las voces que acariciaron nuestros oídos tornen de donde quedaron suspendidas. Ya no somos tal cual fuimos. O eso creo. Más cobardes que entonces, seguro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario