domingo, 10 de enero de 2010

Mal de escuela


Daniel Pennac habla con conocimiento de causa. Fue mal estudiante y acabó convirtiéndose en profesor de instituto. Su labor literaria es circunstancial, pero permite hacernos una idea de hasta dónde es posible llegar cuando las posibilidades de cada cual son bien encauzadas. Pennac habla de los zoquetes, de esos chiquillos con dificultades académicas que hay en todas las clases de todas las escuelas y en todas las épocas. Zoquetes cuyo probleba consiste no tanto en que sean más o menos inteligentes, sino en el hecho de que su inteligencia, poca o mucha, son incapaces de domeñarla, como si no les perteneciera, como si se tratase de un animal silvestre que en vez de centrarse en “cosas de provecho” prefiriera volar dispersa por los ámbitos de la imaginación, a los que estos alumnos parecen ser tan proclives. Sin embargo, la tipología del alumnado no puede reducirse solo a los que son zoquetes y los que no lo son. Es extensa y cada tipo responde a una serie de circunstancias que no siempre tienen que ver con la inteligencia. Hay razones sociales, económicas, familiares... que impiden las más de las veces desarrollar sus cualidades de manera óptima o cuando menos útil. De ello se encargan algunos profesores afortunados, capaces de dar con la clave de llegar a esos chavales obtusos, convencidos de que en el instituto les comen el coco, gracias al entusiasmo con el que transmiten sus conocimientos. No se trata, pues, de dar, sino de compartir y tratar por igual a quienes escuchan. Enseñar filosofía implica tratar al alumno como filósofo, conseguir que reflexione por sí mismo; lo mismo que enseñar historia es situar al alumno en el aquí y el ahora al que pertenece. ¿Son malos profesores los que no logran esto? Es evidente que no. Pero sí que debería ser una finalidad en toda formación docente. Por fortuna para Daniel Pennac, zoquete en su infancia, en su vida académica se le cruzaron algunos profesores que despertaron en él la inquietud por aprender, que a fuerza de insistir en sus aptitudes lo llevaron por nuevos senderos sin necesidad de cegar los ya transitados.

La complejidad del tema, no obstante, impide que se lo pueda reducir a unas pocas respuestas, más o menos ya sabidas. Pennac nombra, expone y reflexiona sobre algunos otros factores que intervienen en el proceso educativo: padres austados, pocos recursos, exceso de inmigración, clases saturadas... En una de las anécdotas que recoge, Pennac, que abandonó la docencia cuando su labor como literato le posibilitó ganarse la vida con sus obras, acude a un instituto ubicado en una zona suburbial al sur del país para hablar de una de sus novelas, lectura obligatoria para los alumnos de bachillerato. Durante el turno de preguntas uno de los alumnos interviene y dice que la intención de todo profesor es comerles el tarro, a lo que Pennac replica que el tarro ya se los han comido antes de ir al instituto. Para probarlo le pregunta qué tipo de calzado lleva puesto, y el alumno le responde que lleva sus N. No es la respuesta correcta, claro, pero el alumno insiste en que lleva sus N, y no unas zapatillas deportivas. Éste es uno de los rasgos que diferencia al zoquete de los años cincuenta y sesenta del zoquete actual, lo que hace más difícil si cabe la labor del docente, pues se ve obligado a luchar contra algo tan poderoso como es el prestigio que dan las marcas entre personas que no tienen otro modo de hacerse ver que lucir una vestimenta determinada, una uniformidad que impone el mercado, y de la que no pueden sustraerse si es que nadie los advierte de ello.

Extraño oficio el de profesor. Una cuerda floja de la que es muy fácil caer.

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