martes, 26 de enero de 2010

Columna de humo


Existen, en el universo Internet, bitácoras para todos los gustos. Su número es prácticamente infinito y para quien busque alguna que se amolde a sus gustos, o responda a un mínimo de interés, o de calidad expresiva, no es labor vana encontrarla. Casi siempre interviene el azar. De una en otra bitácora, uno puede ir enlazándolas, viajar por esos agujeros negros que las comunican, y dar por fin con alguna en la pueda deleitarse. En ocasiones las encuentra mencionadas en algún periódico, o bien teclea el nombre de algún escritor conocido, o periodista, o crítico, y descubre que tiene abierto su propio cuaderno virtual, y que en él va dejando apuntes meritorios, reflexiones con las que uno puede o no coincidir, pero que están bien elaboradas, sin faltar a nadie, fruto de una constancia y un deseo por comunicar que yo, personalmente, admiro. La de Benítez Ariza la descubrí a través de otro blog, y ello me permitió no solo leer sus entradas, sino una de sus novelas, la primera, de cuya impresión dejé constancia aquí hace unos meses. Si el tiempo me lo permite, todos los días entro en Columna de humo, que es el nombre que recibe esta bitácora, y leo lo que quiera que haya colgado su administrador. Ignoro si algún día llegará a verse este tipo de creación como un género más dentro de la literatura, pero ciertamente, si alguien se pusiera a analizar rasgos comunes en todas las mejores escritas, hallaría con qué justificar su existencia, estoy convencido. Y entre esas, creo que no podría faltar la de Benítez Ariza.

En ella me gustan varias cosas. La principal, lo consciente que es su autor de que no siempre lo que se escribe en un cuaderno de estas características puede resultar interesante. Pero, ¿acaso no todo lo que se escribe es susceptible de ser considerado inane? Es el lector quien tiene que juzgarlo. Con todo, las reflexiones meta discursivas que de tarde en tarde va dejando Ariza entre sus notas, me resultan de lo más didácticas; que si se recogieran en un manual puede que muchos las tuvieran de referente a la hora de ponerse a decir cosas al buen tuntún; yo, claro, entre ellos.

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