Inicié hace unos pocos días la lectura de una novela que venía precedida de cierto prejuicio positivo. Estuve tentado de comprarla en la librería que suelo visitar de tarde en tarde en busca de novedades, pero también de títulos de los que he oído hablar o de los que he leído alguna reseña en suplementos y revistas de literatura; pero no lo hice. La encontré luego en la biblioteca de la diputación, un volumen editado por Acantilado que, por lo que pude observar, nadie había leído aún, tan nuevo lo hallé en la estantería. La novela fue escrita en 1926 por un tal B. Traven, autor del que apenas se conocen algunos pocos datos biográficos, pero del que se sabe en cambio que murió en México y que probablemente era alemán. El original, al menos, está escrito en alemán, aunque hay quien asegura que fue polaco. Escribió asimismo otra novela de gran éxito, llevada a la pantalla por Jonh Huston e interpretada por Humphrey Bogart: El tesoro de Sierra Madre, película de la que Traven no fue sólo inspirador, sino además guionista. Pues bien, la novela que empecé a leer es La nave de los muertos, obra que, según se nos indica en la contraportada, disfrutó de gran éxito en el momento de su publicación. Fue un auténtico Best-seller.
El libro puede dividirse en dos partes. La primera, que es la que he leído con mayor interés, nos cuenta la historia de un marino mercante que, por un azar, se queda en tierra sin papeles, desposeído de todo cuanto hasta en ese momento conformaba su identidad. De ser alguien, una pieza más en el engranaje de un gran barco, pasa a ser un individuo sin patria, sin dinero, sin futuro. La angustia que ello le provoca no logra, sin embargo, dejarle abatido y, mal que bien, procurará salir bien parado de las distintas vicisitudes en las que se ve envuelto a lo largo de un viaje que le lleva desde El Mar del Norte a Cádiz. Un hombre sin identidad es un hombre con el que las autoridades no saben qué hacer. En una Europa recién arrasada por una primera guerra mundial sinsentido, los Estados se adjudican el beneplácito de disponer a su antojo de las leyes, por absurdas o perjudiciales que éstas sean para el ciudadano. El bien del Estado está por encima del bien de cada uno. El autor aprovecha para realizar una crítica despiadada contra todo lo que huela a autoridad. Se sirve de su personaje para hacerlo. A diferencia de Kafka, que usaba la parábola, que mostraba un mundo absurdo sin calificarlo como tal, simplemente narrándolo, Traven juzga y condena. Y lo más curioso es que lo que dice en 1926 es perfectamente aplicable en 2010.
La segunda parte, cuando aparece el barco de los muertos, embarcación a la que van a parar todos aquellos que, por la razón que sea, la sociedad escupe, y en el que el personaje se enrola, deja de tener el dinamismo de la anterior y la narración se ralentiza. Las reflexiones sobre lo que acontece y la descripción de las costumbres de los marineros ocupan buena parte del relato y en verdad que lo siento, pues estoy convencido de que de haberme esforzado un poco la lectura habría acabado satisfaciéndome como esperaba. Pero no siempre sucede que una novela mantiene igual aliento épico durante todas sus páginas, o bien el aliento es el lector el que lo pierde, y entonces se produce lo irremediable: un divorcio entre lo contado y quien recibe el cuento, hecho fatal si de literatura se trata.
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