Un amigo le dijo que aquello era un acto de lascivia. Cuando buscó en el diccionario el significado del término, no lo tuvo tan claro. Propensión a los deleites carnales, halló que decía su primera acepción. Apetito inmoderado de algo, rezaba la segunda. Su gusto por lamerse las heridas no encajaba en ninguna de las definiciones. Buscó la entrada deleite. Placer sensual, leyó. ¿Era el suyo un placer sensual? En todo caso onanista. Cada vez que pasaba la lengua a lo largo de sus brazos era igual que masturbarse. Una masturbación muy sui géneris, pero masturbación al cabo. Había empezado a lamerse cuando le dejó Ana. Con ella había experimentado goces extremos. Sangre y sudor mutuos se habían mezclado. Ya lejos, cada vez que quería recordarla, no tenía más que acercar el dorso de sus manos a la nariz para recuperar su olor. Una fragancia densa le aceleraba el pulso. La llevaba enganchada a la piel. El jabón y el agua no habían logrado, en dos años, restar un mínimo de evocación a aquel perfume. Ana, amándole, había conseguido que se amara a sí mismo. Fueron almas gemelas, como suele decirse de manera cursi, pero acertada. Luego, con ella ausente, no sufrió como tras perder a Carmen, o a Lola, o a Encarna, pues de Ana le quedó buena parte de su esencia entre sus poros. Si pellizcaba su piel, un humor fragante se le destilaba igual que pus. Pasó su lengua. No pudo ya prescindir de él. A la menor ocasión, en cualquier lugar (ascensor, retrete, mesa de trabajo, ducha…) la necesidad le impelía a pasar su lengua por su piel desnuda (manos, brazos, vientre, muslos, empeine del pie…). Llámalo lascivia, onanismo, masturbación sin más, se decía; es Ana, me posee y la sudo, es parte consustancial de mis huesos, el anhídrido que exhalo, yo. Entenderlo llevó aparejada la necesidad de sajar para beber a Ana, lamerla. Acto de lascivia, dijo su compañero no sin repugnancia. Solo libo, acertó a pronunciar con los labios rojos de sangre. Cuando semanas después ese mismo amigo lo sorprendió mordiscando pequeños pedazos de sí mismo, dijo: autofagia; pero él ya no tuvo fuerzas para consultar el diccionario.
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Juan Manuel, que lascivioso... pero qué le vamos a hacer, todos llevamos en el cuerpo esa ansiedad de pecar y amar desfrenadamente... hasta me sonrrojé como señorita de alta sociedad.. jajajaja (es broma) Saludos!
ResponderEliminarAnónima