martes, 14 de julio de 2009

Anatomía de un instante








Durante la lectura

Estoy dedicado estos días a la tarea de leer el último libro de Javier Cercas, un ensayo o novela con pretensiones de ensayo o libro de historia que pretende ser novela, no sé, en todo caso es un libro que actúa como una de esas polvaredas que se levantan en ciertos paisajes y que no tardan en convertirse en pequeños huracanes que arrastran cuanto encuentran a su paso. Conmigo lo hace: me arrastra tras una prosa hechicera, refrescante, a horas en las que debería de bajar la temperatura de los termómetros; pero no, el calor y el bochorno, sean las cinco de la tarde, sean las tres de la madrugada, actúan insidiosos, perseverantes, te cubren la piel de una humedad que no hay modo de que desaparezca, ni con una ducha ni quedándote desnudo. Una solución podría ser instalar un aparato de aire acondicionado. Pero estoy en contra de las lecturas que se forjan en escenarios postizos, porque de un modo u otro la acaban contaminando hasta hacerla también espúrea.


Tras la lectura

Termino el libro Anatomía de un instante a las diez de la mañana de un día nublado. No hace hoy el calor de estos días atrás. Decido ponerme a escribir inmediatamente después de finalizada la lectura. Tengo el libro a mi lado. Un volumen grueso, de contenido amazacotado, en cuya portada aparece una foto borrosa, o parte de un fotograma borroso, en el que se ve a un grupo de guardias civiles en uno de los pasillos que dan entrada al interior del Congreso de los Diputados; entre ellos hay un civil, o al menos una persona vestida de civil, pero que es militar: el general Gutiérrez Mellado; luego están los escaños, vacíos salvo uno (aparentemente vacíos porque sus ocupantes están agachados, ocultos tras el respaldo de los asientos que tienen delante), en el que una figura hierática mira hacia donde se encuentran los guardias: se trata del Presidente del Gobierno, o mejor, se trata del hombre que ha dimitido como Presidente del Gobierno y que asiste al nombramiento del nuevo: Adolfo Calvo Sotelo. Esta foto, o este fotograma, retrata un instante, y tal instante suma, junto a muchos otros a lo largo de varias horas, lo que se conoce como el golpe de estado del 23-F. Javier Cercas se ha propuesto, o acaso impuesto, realizar una anatomía de ese instante. Y lo consigue por medio de un modo narrativo que no es el de la novela, que tampoco es propiamente el de un libro de historia ni el del ensayo puro y duro, pero que combina técnicas de todos ellos con una solvencia que deslumbra.

Del 23-F se ha hablado profusamente a lo largo de todos estos años. Cercas pretende entenderlo a partir de las personas que de un modo u otro están presentes en ese instante recogido en la portada, aunque la cámara sólo alcanza a retratar a dos de ellas. Una tercera se encuentra al otro lado del hemiciclo, en el izquierdo, es Santiago Carrillo. A cada una de estas personas Javier Cercas dedica un espacio en su libro destinado a comprender qué los impulsó a quedarse inmóviles, desobedientes, y en algún caso beligerantes, ante la entrada de los Guardias Civiles comandados por Tejero. Los tres son exponentes de los modos tan distintos en que un español que hubiese vivido a lo largo de los cuarenta años de dictadura franquista podía enfrentarse a ella o ser parte intrínseca de ella, pero que, llegados a este punto de la historia, tienen una necesidad común: preservar la vida de una democracia recién instaurada en su país, amenazada por la decisión, no por alentada indirectamente menos temida, de un puñado de militares; vanguardia de lo que en pocos minutos puede convertirse en un golpe de estado legitimado por la anuencia del propio Rey.

Entre los que aguardan ese consentimiento se hallan tres personajes diametralmente opuestos a los ya mencionados: Alfonso Armada, Milans del Bosch y Antonio Tejero, los ejecutores del golpe, las personas que por distintos motivos deciden, esa tarde fría de un mes de febrero en Madrid, secuestrar a los representantes políticos de una ciudadanía que, una vez enterada de la gravedad de la situación, no reacciona como debiera. Y por encima de todos: el monarca; el heredero directo de un franquismo finiquitado pero que está presente aún en la vida social, en el ejército, en la política; el hombre del que se espera la respuesta más acertada y que, una vez tomada, será el que más beneficiado salga de todo este asunto, junto con la democracia que él, al lado de Suárez, al que propuso para asumir la ingrata tarea de acabar con la rémora de una posguerra que aún dura, ha ayudado a implantar.

He aquí el tuétano del libro. Lo que en él se recoge es mucho más, todo ello necesario, siendo así que el volumen, la obra, es un crisol en el que se ha vertido toda la información existente sobre el golpe. Para el Lector, que tenía 16 años ese día, gran parte de lo que en él se recoge lo asombra. El 23-F, como para tantos otros que lo vivieron, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor conciencia de su gravedad, era la etiqueta enganchada a un día concreto de su historia, a un instante preciso de esa historia en el que llamaba a la puerta de un amigo mayor que él, tembloroso de miedo por lo que estaba oyendo en la radio: música militar; y era la imagen de un guardia civil con mostacho, gritando desde la tribuna de oradores “¡quieto todo el mundo!”. Ahora, ese número y esa letra que lo acompañan cobran un mayor sentido tras la anatomía que Javier Cercas ha hecho del día y el momento que evocan, los de la historia de un país.

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