sábado, 25 de julio de 2009

Ninguna necesidad


Julián Rodríguez cuenta de soslayo, no abarca directamente lo que narra porque, desde su radicalidad literaria, pretende que sea el propio lector quien rellene los huecos, los silencios. Las pistas están ahí. Lo que dice lo dice de tal forma, que lo que deja de decir no es necesario que lo explique: el lector tiene datos suficientes como para, por sí mismo, establecer relaciones de causa y efecto, o recomponer un pasado del que solo se le dan pinceladas. La narrativa de Julián Rodríguez está hecha así, a pinceladas certeras. Sus novelas, breves, muy breves, son como esos cuadros en los que el conjunto de la composición oculta los elementos que la conforman. Julián Rodríguez nos ofrece el conjunto, el lector debe acercarse al cuadro.

Ninguna necesidad, contada en tercera persona, sigue a un personaje en un viaje a Portugal a lo largo de siete días. En esos días recorre algunos de los lugares en los que estuvo hace años mientras un amigo suyo, el Muerto, agoniza en la cama de un hospital. El amigo pertenece a uno de los dos mundos irreconciliables en los que se ha desarrollado su vida: el pueblo de su juventud y su infancia, a este lado de la frontera, y aquel otro a orillas del Atlántico, en Portugal. La familia Mirpuri, cuyo patriarca tiene origen paquistaní, reside en Lisboa y es propietaria de una empresa de aviación y de un complejo residencial. Sílvia Mirpuri es la hija menor. El amor entre ella y el protagonista se nos refiere de un modo indirecto, pero el lector es capaz de recrearlo pasional, y al mismo tiempo interpretarlo como una ocasión única para acceder a ese otro mundo en el que se le propone hacer de guía a los empresarios españoles que viajan en los aviones de la familia. El noviazgo con la menor de los Mirpuri, sin embargo, se le consiente “para que le enseñara (…) lo que era la vida. Para que se le quitaran las ganas de tíos como yo.”

El rencor persiste pasados los años. La pretensión del viaje en coche acaso sea reconciliar de algún modo esos dos mundos: el que muere y el que persiste.

El que muere Julián Rodríguez lo recrea a través de imágenes como la siguiente: “Su madre había abierto una botella de Mirinda para él y para el Muerto. Luego había sacado dos vasos del mueble de la cocina: el líquido iluminó la cocina, las cortinas de tela portuguesa (vivían en la frontera) parecieron menos feas. El sol era naranja como la bebida y estaba encerrado fuera y se deshinchaba en la tarde de julio.” El que persiste es un escenario en el que Sílvia sigue existiendo, Troia Resort también, y donde el protagonista se sabe ajeno, un español mal visto, un sujeto desubicado que ha prometido ordenar las miles de fotos que su amigo el Muerto ha dejado guardadas en cajas de zapatos: primeros planos de chicas en bikini (pechos, culos), en la piscina municipal del pueblo. Hombre al que no le interesaron las mujeres y gustaba comer de niño la carne de los lagartos: moribundo y rural.

J. Ernesto Ayala-Dip dice de Julián Rodríguez lo siguiente en el suplemento Babelia de El País del 25/06/06: me gustaría situar a Julián Rodríguez en el contexto de la literatura española que se hace últimamente. No se trata de identificarlo con un autor o una escuela determinada (aunque a nadie que siga su trayectoria, se le escapará sus querencias por Beckett, Pavese o neorrealistas italianos de gran prestigio como Vasco Pratolini). Refiriéndose a los pintores de su tiempo, Baudelaire escribió que cada vez lo hacían mejor, pero que desgraciadamente no aportaban ninguna idea. Con la narrativa española uno tiene una parecida sensación. Que cada vez lo hacen mejor, pero ideas, lo que se dice ideas, inventiva formal o compositiva, imaginación estilística, muy pocas. Precisamente Pavese, en un epistolario (el mismo del que Julián Rodríguez extrajo un fragmento de carta para incluirlo en Ninguna necesidad) dice que mientras los escritores norteamericanos aportaban con sus novelas nuevas ideas, los europeos apenas lograban ser originales. Yo tengo la impresión que novelas como Ninguna necesidad colaboran a aclarar las ideas sobre cómo puede sobrevivir la novela en nuestro tiempo. Probablemente mucho más interesante que preguntarnos cómo podrán sobrevivir los novelistas.

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