viernes, 22 de abril de 2011

Sin sangre


Novela brevísima, Sin sangre recoge dos episodios separados temporalmente entre sí cincuenta años. En el primero somos testigos de una venganza. En un país del que no se nos dice el nombre, pero al que podríamos llamar perfectamente Bosnia o España, o cualquier otro que haya sufrido las consecuencias de una guerra civil, un hombre y su hijo son asesinados por otros tres. Al hombre, que se llama Manuel Roca, lo acusan de haber participado en el exterminio de unos pocos inocentes. La guerra ha terminado ya, sin embargo. Pero sus secuelas van a perdurar durante mucho tiempo. Cincuenta años no son tantos si el recuerdo persiste, si aquello que nos marcó en la infancia penetró lo bastante como para haber anidado en el subconsciente. Nina es la hija de Manuel Roca. Nina, cuando los enemigos de su padre acuden al lugar donde se encuentran ocultos, es obligada a esconderse en un hueco practicado en el suelo de la cabaña. Desde allí asistirá al acoso y derribo. Las ráfagas de metralleta destrozan cristales, muros. La muerte arrasa inclemente a quienes tienen y no tienen culpa. Entre los asesinos está Tito. Tito tiene veinte años. Tito, tras rebuscar en todos los rincones, descubre a Nina. Pero no dice nada. Nina, acurrucada en su escondrijo, siente que mientras permanezca así, quieta, acopladas las piernas, sus rodillas en equilibrio, el infierno que la rodea no podrá dañarla. Pero Gurre, que es otro de los vengadores, prende fuego a la granja. En pocas páginas, un pandemónium.
En el segundo episodio prevalece la serenidad. Los personajes quedan reducidos a dos. Se trata de un reencuentro; del final de una búsqueda incansable y de un ajuste de cuentas con el pasado, pero sin sangre. De cómo una mala experiencia exige, para ser combatida, reproducir las sensaciones que la hicieron posible. No se trata tanto de saciar una sed, se trata de comprender qué ocurrió, por qué el perdón y la suerte de haber sobrevivido a una espiral de disparos, de fuego y de silencio. Prosa exacta. Prosa limada al máximo para que la historia resulte verosímil. De cómo en cien páginas pueden darse la mano la mayor tragedia y el perdón en una historia que abarca medio siglo. La elipsis tan prolongada no implica, sin embargo, que al lector se le nieguen datos que, no por breves y puntuales, carezcan de la información necesaria para que la vida de esos seres marcados por la culpa la conozca exacta. Una lectura que trata sobre el dolor y el deseo de conocer, sobre la necesidad que tenemos de explicarnos y de que nos expliquen.

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