domingo, 14 de noviembre de 2010

La buena letra


La prosa exacta de Rafael Chirbes es uno de sus grandes logros. También lo es encontrar historias que no por pequeñas dejan de ser buena muestra de todo un país con la suya, en mayúscula, a cuestas. Pocos escritores logran reducir a lo mínimo y, con ello solo, expresar grandes cosas. Pienso que Chirbes es uno; modelo, además, para quien pretenda dedicarse a esto de la escritura, porque con un puñado de capítulos, y en 156 páginas, uno puede decir tanto como a lo largo de mil. No menos admirable es su acierto al escoger el narrador, en este caso una mujer del pueblo que, en un intento por explicarse ante su hijo, redacta un documento en el que cuenta qué hechos acaecieron que trajeron este presente. No es fácil espigar del recuerdo lo más significativo o singular. Hay que tener muy claro el propósito. Ana lo tiene, y es por eso que nada de lo que dice es vano, todo importa en esta historia de posguerra, en la que una familia de ideas republicanas ve cómo las consecuencias de una contienda que debían haber ganado, van minando sus cimientos, los de la razón y el cuerpo. No es necesario, pues, recurrir a las grandes batallas o situar la acción en una ciudad importante: la tragedia se vivió en todas partes con igual magnitud. Basta que uno sea el vencido, que a su alrededor nada se ajuste a lo que por lógica debería ser, para que el drama de aquellos que sobrevivieron a las represalias, pero que no aceptaron la derrota, lo veamos reflejado en toda su cruel mezquindad. La buena letra es el título de esta obra. La leí hace algún tiempo y he vuelto a saborearla ahora. Resulta asombroso cómo cambia el modo en que una misma novela puede llegarnos a gustar más o menos, cómo descubrimos en ella cosas que no supimos ver entonces, durante nuestra primera aproximación, y ahora, en cambio, sí aparecen nítidas e importantes. Presumo que si de aquí a unos meses volviera a leerla, pese a su brevedad, hallaría nuevos motivos para admirarla. Me ha sucedido a veces que obras que me entusiasmaron hace años, se me caen de las manos cuando pretendo revivir aquellas emociones juveniles. No creo que sea el caso de Rafael Chirbes. De hecho, he aquí que al volverla a leer la he disfrutado de otro modo. Tal vez sea que soy más exigente; tal vez que, al leer su ensayo, he conocido qué preocupaciones son las suyas cuando se pone a escribir, o qué razones busca para seguir leyendo cualquier novela. Lo que tengo claro es que este escritor es de los grandes. Para apoyar mi opinión, véase la historia de amor subyacente en La buena letra, sugerida al tiempo que rechazada, pero no por ello menos hermosa.

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