viernes, 23 de julio de 2010

Lisboa


La imagen que saco de Lisboa es la de una ciudad húmeda, tachonada de adoquines. La puedes cruzar en tranvía, sobre rieles que se amoldan a las peculiaridades del terreno (cuestas pronunciadas y calles en curva). La orilla un río, el Tajo, que atraviesa media Península y viene a desaguar aquí, al atlántico frío y feroz. Melancólica. Con muchas plazas y muchas estatuas: esencial la de Camoens. Un castillo, el de San Jorge, se eleva sobre una de sus colinas. Se le ven mellas y humedades, pero continúa imponiendo. Poetas insignes la han cantado en sus obras. Por ella, además, circulan recién muertos, como Fernando Pessoa, que gusta de pasear por las mismas calles que en vida. La noche de fin de año, además, es costumbre que desde las ventanas de los edificios se lancen a la calle objetos inservibles y que los transeúntes, desde abajo, increpen a sus moradores.

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