jueves, 8 de julio de 2010

Leitmotiv


La he iniciado. He leído sus primeras cien páginas, aproximadamente, y la he dejado para otro momento más apropiado. A vueltas con Kafka. En la faja de papel que acompañaba al libro, y que alguien había utilizado de punto, se relaciona a este autor, José Leyva, en esta novela, con Kafja y con Gombrowicz. Y ciertamente sigue la estela de ambos creadores. Leitmotiv, por lo poco que he leído, se adentra en un mundo absurdo, autónomo, en el que un personaje, Arturo Can, se enfrenta a situaciones que lo desbordan porque son incongruentes. Hallé este libro por mera casualidad en el estante de una biblioteca. Es una edición de Seix Barral, de 1972, y dado el entusiasmo con que se alaba en su contraportada el contenido del libro, decidí llevármelo. Leitmotiv, dice quien reseña, constituye, sin lugar a dudas, una de las máximas revelaciones de la narrativa peninsular de posguerra… la precisión y el magnetismo inigualable del estilo anuncian un texto inusual… La aparición de Leitmotiv supone una transgresión… Obra-límite… impone la cohesión de un mundo cerrado, de un texto compacto, de una escritura que, voluntariamente suicida, se consuma en su propio transcurrir. La alabanza es mayúscula y, sin embargo, ¿quién ha oído hablar de José Leyva salvo estudiantes de filología que se interesan por la narrativa de antes de la transición y, por supuesto, los especialistas en literatura? ¿Cuántos autores no permanecen desconocidos: en el momento en que publicaron jóvenes promesas, ahora en el limbo del olvido? ¿Quién será el que los rescate algún día? José Leyva, por lo que he podido saber, pertenece a la misma generación que Juan Goytisolo, que Juan Marsé, que Ana María Moix, que José María Guelbenzu; pero también a la misma que Ramón Nieto o Marta Portal, de los que nada sé. Tal vez la historia que se nos cuenta en este libro sea excesivamente kafkiana y eso, más que una virtud, acaso sea una rémora. Su importancia radica en el estilo tan preciso, en la ambientación onírica que logra. Julia, una médico vecina del edificio en el que se aloja Arturo Can, cuenta a éste que su ayuda fue solicitada por la señora Closs, propietaria del inmueble: le pidió que atendiera a un teólogo al que acaban de linchar tras una conferencia, y que la señora Closs ha acogido en su casa. El hombre, al que en principio Julia cree sólo moribundo, está en verdad muerto. Lo sabe al querer tomarle el pulso, pues el cadáver aferra sus muñecas con tal fuerza que a Julia le es imposible soltarse, y su piel está fría y acartonada. La señora Closs ha salido. Tarda horas en regresar. Entre tanto, Julia se desespera pensando el modo de librarse de ese muerto burlón que no la suelta. He aquí una muestra del mundo extraño que nos ofrece el autor. Guardo el libro para más adelante. El bochorno es intenso. Sudo mientras escribo la entrada sin que corra un ápice de aire fuera. Leer esta novela ahora, presumo, añadiría desasosiego intelectual a una incomodidad física intensa, propiciada por la temperatura y la humedad tan altas.

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