domingo, 11 de julio de 2010

La cresta de Ilión

Cada cierto tiempo, en la plaza Santa Anna de Mataró, se instalan unas carpas en las que se ponen a la venta todo tipo de objetos. Las ganancias que se consiguen con su venta van a parar a algún tipo de asociación en defensa de los animales, por ejemplo, o para contribuir en el estudio o desarrollo de algún proyecto que busca aliviar el daño causado por alguna enfermedad. Entre los objetos a la venta suele haber frecuentemente libros. En tanto que amante de la lectura, cuando veo estas carpas no puedo evitar acercarme a ellas a mirar qué tienen expuesto, pues por lo común el precio que piden por su mercancía acostumbra ser irrisorio. Si, además, al pagar tu compra, sabes que ese dinero irá a parar a manos de gente empeñada en alguna causa benéfica, la satisfacción será doble, cuando no triple, como es el caso de los libros que adquirí hace unos días. Fueron dos y en perfecto estado. Es decir, igual que nuevos. Pedían por ellos dos euros cincuenta. Había muchos más, pero solo éstos me atrajeron especialmente: de Julián Rodríguez, Cultivos; de Cristina Rivera Garza, La cresta de Ilión. Editados en Mondadori y Alfaguara respectivamente. A Julián Rodríguez lo he leído. Su libro Lo improbable y otras novelas ha servido para darle nombre a un blog dedicado a los microrrelatos, que inicié no hace mucho.

Cristina Garza, según informa la solapa del libro, es de México y ha sido profesora en varias universidades de Estados Unidos. Estos datos bastan para hacerme una idea de la persona retratada. Lo importante, sin embargo, es su obra. La cresta de Ilión recoge una historia de locura, de muerte, de terrores atávicos. Cierta noche, el narrador abre la puerta de su casa a una desconocida que se hace llamar Amparo Dávila. Al poco, otra mujer, la Traicionada, la llama él, se presenta enferma y él la acoge, siendo así que ente ambas mujeres se establece una relación sumamente íntima que irá preocupando progresivamente al anfitrión. Éste es médico y trabaja en un hospital en el que se ingresa a enfermos terminales. La función de los médicos y enfermeros del hospital es hacer más llevadero el tránsito entre la vida y la muerte. Entre las ventajas de las que disfruta el narrador, en tanto que médico, se encuentra la de poder vivir en una casa, junto al océano, que le ha sido arrendada por el mismo hospital. Su vida empieza a verse sacudida por las sospechas y los terrores que le provocan sus huéspedes, pero también por el descubrimiento de un manuscrito en el que se habla de un antiguo paciente que acabó arrojándose, o arrojado, por una de las ventanas del edificio donde trabaja. Todo ello sucede en una atmósfera de pesadilla, en un escenario de locura en el que, según se nos sugiere, gobierna un poder militarizado. Dos son las ciudades a las cuales se hace referencia: la ciudad del Norte y la ciudad del Sur, donde los controles policiales son comunes. En medio, un vasto territorio.

He tenido la impresión de más que estar leyendo una novela, estar leyendo la mente de su personaje narrador. El viaje que se nos propone no es un viaje por la literatura, sino hacia el interior de la literatura: la que nace de una mente confusa, acaso enferma, la de este médico que traiciona y es burlado. Desconcertante a veces, el lector se ve obligado a recapacitar sobre algunos aspectos que creía asumidos, pero que de golpe quedan suspensos a la espera de una explicación que refuerce o no su idea de los mismos. Llegado el final, sin embargo, esos aspectos, esas informaciones que se le ofrecen fragmentadas, hallan su respuesta, cierto, pero de modo ambiguo, con lo que uno experimenta la sensación de que falta algo que cierre, un dato que dé sentido a lo aparentemente absurdo. Y ahí, en esa respuesta última, el título de la novela tiene su razón de ser.

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