domingo, 16 de mayo de 2010

Retrato del artista adolescente


Las novedades que James Joyce aportó a la literatura pertenecen a la historia de la misma y el lector actual, bregado en mil modos de contar historias, no tiene por qué conocerlas ni por qué saber valorarlas. El lector contemporáneo al mismo Joyce, sin embargo, al adentrarse en la lectura de Retrato del artista adolescente, debió hallar en sus palabras novedades insólitas, maneras de hacer a las que pocos habían prestado atención, y, éstos, como al acaso. La novela aborda la historia de un muchacho: Stephen Dedalus, desde su infancia hasta orillar la madurez, cuando empieza a coquetear con la escritura. No se trata, pese a ello, de una novela de iniciación al uso. Lo que hizo Joyce, entre otras cosas, fue penetrar en la mente de ese personaje y mostrarnos sus padecimientos internos, sus tormentas morales, sus abismos cavados al acomodo de una educación jesuítica empeñada en formar soldados en Cristo. La novela se inicia con una canción infantil: Allá en otros tiempos (y bien buenos tiempos que eran), había una vez una vaquita (¡mu!) que iba por un caminito. Y esta vaquita que iba por un caminito se encontró con un niñín muy guapín, al cual le llamaban el nene de la casa… Así comienza. La traducción es de Dámaso Alonso. Joyce nos cuenta de ese niñín. Se coloca a su altura y reproduce los diminutivos, la esencia de ese alma inocente que empieza a formarse. Stephen habita un mundo de adultos a los que observa no sin cierto asombro. El padre, los tíos… conforman un grupo apretado que se enfrenta en las cenas de Navidad, pues no todos están dispuestos a aceptar el poder de la iglesia, el poder de la patria. Nos hallamos en Irlanda. Irlanda pesa sobre los personajes. Irlanda es religión y es tomar partido por una causa. Ambas ciegan la mirada. Stephen acude al colegio de los jesuitas. Se aterra ante la crueldad que usan para castigar a quienes incumplen las normas. Él mismo es víctima de uno de esos castigos. Lo considera injusto y se queja. Los escolares, con todo, no son menos crueles. Los partidos de fútbol, las bromas que se gastan, exteriorizan un carácter primitivo. Cristo empapa el espíritu de estos muchachos. Los profesores les inculcan preceptos que tienen a los santos de la orden como modelos de perfección: San Ignacio, San Francisco Javier… Toda idea pecaminosa debe ser rechazada. No debe permitírsele al demonio vencer en la lucha contra la virtud que debe campar a sus anchas por los pasadizos del cuerpo y de la mente. Stephen Dedalus adolescente combate a brazo partido contra la lujuria que lo domina. Sus visitas al barrio de las prostitutas lo hunden en una crisis espiritual superlativa y busca consuelo en quien bien sabe que puede dárselo, aquellos mismos que durante años han querido protegerlo de los males del mundo. Pero no se atreve. Acude a una iglesia pequeña y, ante un sacerdote anónimo, vacía toda la carga que le va pesando cada vez más, que lo va venciendo, aniquilando a los ojos de Dios. Joyce exhibe en todo momento un dominio absoluto del lenguaje. (Eso debemos creer a partir de la traducción de Dámaso Alonso.) Las diatribas que lanza el padre jesuita desde el púlpito son estremecedoras. Su descripción del infierno acongoja a los pobres alumnos. Somos los oídos de Stephen. Somos el cuerpo de Stephen. Luego, seremos el propio cerebro de Stephen. Sus teorías sobre la estética, ya en la Universidad, defendidas ante uno de sus compañeros, nos ofrecen una imagen de su madurez emocional y crítica. En él no ha vencido finalmente la virtud. En él ha vencido la inteligencia. El camino que ha debido atravesar no ha sido fácil. Nos recuerda los que, en la mística, debe recorrer el alma en su búsqueda de la esencia divina: un primer paso purgativo, en el que Stephen niño debe purificarse por medio de la oración y el estudio; un paso iluminativo, en el que Stephen adolescente es tentado por el demonio; y un paso unitivo en el que el alma, librada ya la batalla, hecho ya el viaje, debe encontrar a Dios, pero que en el caso de Stephen, a punto de entrar en la edad adulta, lo que halla es la verdad, un verdad que está en las cosas, en su esencia y forma por igual.

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