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Jakob von Gunten
La lectura, hace unas semanas, de Doctor Pasavento, me ha llevado a releer la novela de Robert Walser, Jakob von Gunten. Apenas si recordaba nada de la primera vez que tuve a bien acercarme a esta historia extraña, desconcertante y poco atractiva para quien busque en la literatura un mero ejercicio narrativo. Jakob von Gunten recoge la historia del personaje del título durante su estancia en el instituto Benjamenta. De hecho se trata de un diario. Un diario carente de toda referencia temporal. Lo que sucede puede haber transcurrido en pocos días o en varios años, pero por mucho o poco que sea el tiempo acaecido, la fuerza del relato, su talento para sorprendernos y descolocarnos, no va a ser menor. Lo que se enseña en ese instituto es nada. La función de quienes imparten en él sus lecciones, siempre según palabras de Jakob, es desposeer a sus discípulos de toda capacidad para razonar por sí mismos. El fin, por tanto, no es otro que convertirlos en perfectos ceros a la izquierda. Al principio Jakob muestra cierta rebeldía hacia ese programa alienante, pero luego lo acepta plenamente y, con él, las consecuencias que implica. Un hombre que no desea nada, que no piensa, que está presto a obedecer ante cualquier solicitud, es el perfecto sirviente. Kraus, en este sentido, destaca por encima de sus compañeros. Jakob admira a Kraus. Aunque siempre que habla de él, o con él, se percibe en su discurso una cierta sorna, un humor que el otro rechaza y desprecia. Jakob, con esa actitud, jamás llegará a nada. Su orgullo es excesivo. Un individuo orgulloso es un individuo perdido para la sociedad. Jakob elucubra, siente, despierta pasiones. El edificio donde se aloja el instituto es una suerte de fortaleza. No hay paisaje, no hay tiempo; por no haber, no hay más docentes que el señor Benjamenta y su hermana, una bella mujer cuya juventud ha pasado sin pena ni gloria, como un suspiro. Ambos muestran hacia Jakob una condescendencia morbosa. De hecho, todo en esta novela posee una pátina morbosa. Es morbosa la capacidad de admiración ante cualquier muestra de bondad, pero también de furia, que exhibe Jakob en sus escritos. Es morboso el cariño que experimenta el director hacia su discípulo. Pero ¿quién es Jakob von Gunten? No es más que el vástago pequeño de una familia venida a menos, un joven melindroso que, al entrar en contacto con el instituto, empieza a comprender que la vida es paciencia y obediencia, máximas que se les inculcan a fin de hacerlos hombres de provecho, jamás hombres con ideas disparatadas, por nobles que sean, que les conduzcan a la infelicidad…
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