La lectura como luz que nos guía a través de los vericuetos de la existencia, una luz a la que en muchas ocasiones nos acogemos atemorizados porque lo que nos rodea nos parece feo, obsceno o tenebroso. Abrir un libro es acceder a otra vida mejor, una ventana a través de la cual se puede huir hacia espacios sustentados en palabra que no son las nuestras, las que se pronuncian en casa o en la calle, o entre los muros de la escuela. Las niñas del cuadro acaso van a la escuela y hace muy poco que han llegado. Ambas tienen una expresión relajada, un poco cansada tal vez, como si luego de soltar los libros hubiesen tenido que realizar alguna labor en la casa. El pelo suelto de la mayor sugiere que ha estado moviéndose, puede que acarreando algún peso. O posiblemente hayan estado jugando un rato antes de acogerse a este lugar en penumbra que es probable sea una biblioteca. La biblioteca del padre. No vemos más libro que el que la niña tiene en sus manos. De él brota una luz blanca que ilumina su rostro y el de la niña a su espalda que, apoyada en el respaldo de la silla, lee las mismas palabras que su hermana. Difícil saber de qué historia se trata. Ambas están muy concentradas, olvidadas del silencio en torno, de las paredes a su alrededor oprimiéndolas. Están y no están. Han saltado por la ventana del libro y huyen, huyen por los jardines de un palacio más allá del confín que marcan las propias palabras, las que comparten con quienes miran de frente el agua atlántica y el Asia inconmensurable. Hay alfombras que vuelan en él, y príncipes a lomos de un caballo blanco, y un gorjeo continuo de pájaros que las hechizan, que las deslumbra y embellece…
domingo, 20 de diciembre de 2009
Hermanas y libro
El cuadro es de Iman Maleki
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