sábado, 22 de enero de 2011

La nave abandonada


Nunca he sido partidario de establecer diferencias entre obras literarias según el género al que pertenezcan, pues pienso que la calidad de las mismas no debe depender tanto de si usan unos contenidos determinados (o buscan en el lector una reacción calculada a lo que cuentan), como de su valor intrínseco como objeto artístico. Buena parte de las novelas de Cormac McCarthy se ajustan a las del oeste o de vaqueros, solo que la profundidad con que aborda sus tramas, y el poderoso trazo de sus personajes, hace de su lectura una experiencia de las más gratificantes que puedan tenerse ahora mismo. No digamos ya Faulkner. El género de terror evoca situaciones extremas, planteamientos que van más allá de lo que cualquier persona está dispuesta a admitir. El peligro es que en ocasiones todo queda en parafernalia, en ornamento tenebroso pero sin carne, en una máscara o disfraz como los que se ven en día de difuntos o de carnaval, que asustan al principio, pero con los que reímos al cabo por lo ridículo que resultan. Muchos son los autores que practican este transformismo gozoso, y que tienen un público entregado, sediento de palideces vampíricas o de sangrientas luchas entre el bien y el mal. Todos sabemos, sin embargo, que el miedo no necesita adornos, que puede provocarlo la cosa más nimia: un susurro inesperado cuando caminamos por una calle a oscuras; una sensación momentánea, pero intensísima, a causa de un incidente cualquiera; el presentimiento de que en la habitación donde leemos o vemos la televisión hay alguien más, pero invisible. El terror cobra formas diversas, y casi siempre austeras. Bien lo saben algunos escritores clásicos: lo monstruoso, en ocasiones, no necesita fealdad para manifestarse, se encuentra en la belleza más extrema, o en territorios donde lo que habita es silencio e inmensidad sin límites. William H. Hodgson explora las posibilidades que le ofrece el escenario marino. Los cuentos recogidos en La nave abandonada tienen como único paisaje el que puede observarse desde lo más alto del palo mayor de una goleta, que es agua y luz e infinito, pero también oscuridad, nieblas espesas y tempestades. La gavilla de cuentos recogida en este volumen publicado por Valdemar responde a una estructura parecida. Un grupo de personas, encerrada en un barco camino de algún lugar que casi siempre desconocemos, se ve sometida a una experiencia asombrosa que tiene como razón de ser la capacidad que tiene la Vida de manifestarse en las condiciones más extremas y en los lugares más insospechados. La Vida, con toda su exuberancia, adquiere en ocasiones formas complejas, informes, letales para quienes por azar o mero fisgoneo, pretenden saber qué ocurre, qué es ese ruido, el resplandor tenue que surge de la nada. Al contrario que Ulisses, que ante la incitación de las sirenas obliga a sus hombres a taponarse los oídos con cera, los navegantes de estos mares extraños sucumben ante la llamada de lo incógnito: la presencia de una nave inmóvil, las voces que se oyen entre la niebla, el golpeteo continuo en la base de la embarcación, no los hace huir, despierta en ellos una curiosidad malsana mezclada con un punto de heroicidad inútil que será su perdición. De todos, el que más me ha gustado es Una voz en la noche, tal vez porque, siendo de los más breves, reúne en sus párrafos todos los ingredientes y cualidades repartidas por el resto de historias. De repente, mientras un marino se halla en cubierta, oye una voz que viene del agua, de la niebla y la oscuridad circundantes. El barco se encuentra en el Pacífico Norte, en un lugar donde debe resultar muy perturbador oír de pronto que un ser humano pide algo de comer desde un punto indefinido e invisible, situado a pocos metros del casco de la embarcación y que, en ningún momento, pese a que los del barco insisten para que lo haga, se muestra ante ellos. Un inicio así promete una historia como poco inquietante, y William H. Hodgson, autor que no conocía, pero del que hallé noticia en el blog el buscador de tusitalas, consigue dárnosla. La más terrorífica, sin embargo, por la situación extrema que viven sus protagonistas, es sin lugar a dudad Desde el mar sin mareas.

2 comentarios:

  1. Juan Manuel me alegra mucho que te hayas dejado atrapar por las historias marítimas de Hodgson y que con tu buen hacer narrativo nos las presentes tan dignamente (si, si tu escrito está muy bien hilvanado y hablas del terror con las palabras exactas que yo siento).
    Hodgson se nota que conoció profundamente el mar y acabó por aborrecerlo, pero estoy seguro que esa cabeza estuvo siempre maquinando historias in situ mientras navegaba. Esa sensación de estar allí es la que transmite al lector y por ello sus criaturas nunca las sientes como impostadas sino que las aceptas con la misma naturalidad que el marinero.
    Si todavía no te has agotado de Hodgson te recomiendo esas dos novelitas a las que me refería, "Los piratas fantasmas" y "La casa en el confín de la tierra" a las que debe tanto Lovecraft,pues creo que son algo muy especial, mientras que en "Los botes de Glen Garrig" hay ecos evidentes de la tan aclamada "La pell freda" de Sanchez Piñol.
    Un abrazo y enhorabuena por tu brillante texto.

    ResponderEliminar
  2. Soy muy débil en esto de intentar no dejarme atrapar por las redes de la buena literatura. Seguro que sucumbiré de nuevo ante alguno de sus otros libros. Lástima que el tiempo sea tan poco y se suceda tan deprisa.
    Me alegra que mi estilo te parezca bueno; aunque no pongo demasiado cuidado en él. Estos apuntes son todos a vuela pluma, y poco después de haber finalizado las lecturas. Mi intención es decir lo que me sugieren y transmitir de algún modo mi pasión por la literatura.

    ResponderEliminar