domingo, 31 de octubre de 2010

La chica de Paul


En el lento y fructuoso avance por las páginas que reúnen los cuentos esenciales de Maupassant, el siguiente paso me lleva a La chica de Paul, donde el autor vuelve a derrochar sensualidad. A sus personajes, a los de los cuentos que he leído hasta ahora, los mueve la lascivia o se aprovechan de ella. Mientras que en Bola de sebo, los ocupantes de la caravana se sirven de la entrega absoluta y desinteresada de su protagonista para librarse de los opresores, en La casa Tellier la ausencia de las pupilas del prostíbulo provocará entre los habitantes masculinos del pueblo un profundo sentimiento de desamparo. En el presente relato, Paul está muy enamorado de Madeleine. En su relación no hay platonismo, y sí una entrega desinhibida del uno hacia el otro, de tal modo que Paul cree poseer a Madeleine más allá de la pura pasión. Paul pertenece a una familia acomodada, es el hijo del Senador, y si es feliz con Madeleine es porque tal vez ha encontrado en ella lo que una mujer de su misma clase no puede darle, que es amor sin disfraces, pura esencia, animalidad en estado puro. Lo que le ofrece Madeleine llena su vida de tal modo que sin ese combustible todo parece carecer de sentido. Ambos acuden a una fiesta, en una laguna donde hay un café en el que se reúnen hombres y mujeres de la comarca en busca de diversión. La charca de las ranas, se llama el sitio. Cuatro mujeres, famosas por llevar una vida libre de hombres, entregadas sin tapujos a los placeres lésbicos, asoman por el baile. Madeleine es amiga de una de ellas. Madeleine se aburre acompañada de Paul y quiere sumarse al grupo de mujeres. Los celos de Paul van en aumento, le tortura pensar que Madeleine pueda sucumbir a la atracción que irradian los marimachos. Cuento deslumbrante. Cuento cruel, como todos los que he leído hasta ahora de Maupassant, que, sin embargo, no parece sino recoger un pedazo de vida, un hecho de los que puede depararnos el destino a cualquiera de los que nos aproximemos fascinados a ellos. ¿Feminista? Es posible. No conozco qué ideas movían a su autor a la hora de hablar de sexo y de mujeres. Tampoco importa. Se trata de un pedazo de realidad transmutado en palabra en el que Madeleine se rebela contra los celos, que no son más que otra forma de represión, para quien los siente y para quien los provoca. El final es magnífico. La muerte no es más que un suceso infortunado, y la vida sigue para todos.

2 comentarios:

  1. Hace tiempo que creo que sin Maupassant el género del cuento andaría cojo, hace tiempo que la oscuridad del alma humana y el drama en pequeñas dosis se me revelaron con Maupassant, hace tiempo que este libro me espera en la biblioteca y tu comentario me hace recordar que debo retomarlo y seguir deleitándome. Un placer.

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  2. Yo lo voy tomando a pequeños sorbos, como un buen whisky. Su capacidad para ir espigando pequeños fragmentos de vida y reproducirlos literariamente me parece asombrosa. Sus cuentos son como un crisol: cada uno de ellos contiene el mundo.

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