Lo primero que sorprende de esta obra es su temática. El Lector no recuerda haber leído antes una novela que tuviese como marco histórico la pérdida del Sahara español. Hay novelas que recogen acontecimientos relacionados con el desastre de
Annual y la pérdida del protectorado, pero no conozco ninguna que base parte de su argumento en lo acaecido durante los días en que el territorio sahariano pasa a manos del gobierno marroquí. En un momento en el que buena parte de la literatura que se escribe en España tiene como referente directo o indirecto, hasta el punto de haber creado una suerte de subgénero, la Guerra Civil, es de agradecer que haya autores que se arriesguen en terrenos históricos menos transitados.
La novela, no obstante, recoge una historia de amor imposible. Un tanto folletinesca. Un mucho extrema en algunas de las situaciones en las que se ven envueltos los protagonistas de dicha historia. Convincente, sin embargo, por cómo están narradas: con un estilo sereno que huye del tremendismo que puede apreciarse en esas telenovelas de media tarde que algunas mujeres saharauis contemplan absortas en la pantalla de una televisión bajo el techo de la jaima en la que se alojan. Las observa a su vez Montse Cambra, una médico de Barcelona que ha decidido pedirse una excedencia en el hospital donde trabaja a fin de buscar un fantasma. La imagen de ese fantasma la ha visto, veintiséis años después de haber sabido de su muerte, en la foto de una mujer accidentada. Pertenece al chico al que amó a lo largo de un verano de su adolescencia. Un amor destinado al fracaso. Su nombre: Santiago San Román, un pijoaparte de la Barceloneta proletaria relacionado con la hija de un catedrático de universidad.
La ruptura de Santiago y Montse conduce al primero al ejército y luego, dentro de éste, a la legión. El descubrimiento del pueblo saharaui genera en Santiago la necesidad de reconsiderar algunas cosas. Ello le ocasiona problemas con sus compañeros de cuartel. Se sabe instrumento de fuerzas que no entiende del todo, pero que son perniciosas. Al final decide por aquellos a los que la Historia ha guardado un destino de exilio y de dignidad, la que exhiben ante la extranjera que busca a su primer amor sin estar muy convencida de que pueda hallarlo en un paisaje donde tendrá que enfrentarse a una naturaleza hostil habitada, en cambio, por gentes hospitalarias.
No hay orden cronológico en esta novela. Los saltos temporales y espaciales son continuos. El lector pasea de la mano de los protagonistas por las calles de Barcelona en el verano del 74; pero también por las de la misma ciudad, al lado de Montse, durante los días que separan el siglo XX del XXI. Luego está Argelia, El Aiún, los campos de refugiados, la huida, el sol de África, el frío intenso al amanecer. Novela de amor. Novela de aventuras. Novela triste. A Luis Leante lo he descubierto hace poco más de dos meses a través de otra novela suya: El canto del Zaigú. Escritor de estirpe realista, contundente. Con esta obra ganó el Premio Alfaguara el año 2007.
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