Cuando buena parte de la literatura juvenil está invadida por vampiros y magos, al menos la más popular, reconforta leer un clásico como Rebeldes, de Susan E. Hilton, autora asimismo de La ley de la calle, novelas ambas llevadas a la pantalla por Francis F. Coppola en los años ochenta. Rebeldes va por su 60ª edición en España gracias a que su lectura obligatoria en muchos institutos de secundaria. Ello no le resta, sin embargo, valor literario. Rebeldes es una novela que atrapa y convence desde el inicio. La voz narradora es verosímil y lo que nos cuenta, pese a suceder en un barrio de una ciudad de EEUU, también; tal vez por que su autora, que escribió el libro con dieciséis años, sabía bien de lo que hablaba: de pandillas enfrentadas a muerte, de muchachos desarraigados familiar y socialmente, de amistad, de pérdida y sacrificio. Ponyboy vive con sus dos hermanos en la casa que antes albergara a su familia al completo. Los padres murieron en un accidente y los Curtis deben convencer a las autoridades para poder vivir juntos. El mayor es Darrel. Le sigue Sodapop. Todos pertenecen a una banda, la de los greasers, a los que caracteriza su indumentaria rockera y su pelo engominado, absolutamente grasiento. Viven en un barrio pobre, en un hogar pobre y tienen trabajos que sólo ejercen los pobres. Ponyboy es la esperanza. Buen estudiante y lector, tiene las herramientas necesarias para poder salir del agujero en el que están metidos él y sus hermanos junto a otro puñado de individuos greasers. Entre ellos destacan dos: Johnny y Dally. Johnny admira a Dally, es su héroe. Dally resulta violento, ha estado en prisión varias veces y tiene una pistola sin balas que utiliza para amedrentar a sus víctimas y adversarios. Los socials representan valores contrarios a los que poseen los greasers. Pertenecen a familias acomodadas, visten bien, y no soportan que los greasers hablen con sus chicas. El conflicto en la novela se inicia con el encuentro que tienen Dally, Johnny y Ponyboy en un cine con dos chicas soc. Una de ellas es novia de Bob, y éste será el causante, en parte involuntario, de toda la tragedia posterior. La historia nos la cuenta Ponyboy en 1ª persona. El relato resulta estremecedor. El realismo con el que retrata las costumbres y las escenas entre los personajes, también. No hay esperanza en este mundo de peleas y odios si tu orgullo se basa en defender tu derecho a llevar el pelo graso. El absurdo es evidente. Darrel, el hermano mayor, lo sabe. Por eso es tan duro con Ponyboy, por eso su renuncia a favor del pequeño, en cuyas manos está poder, si no cambiar el mundo, sí la vida que le ha tocado en suerte. En cierto momento de la novela, Johnny le pide a su amigo Ponyboy que nunca deje de ser dorado. Al principio Ponyboy no entiende qué está le queriendo decir con eso. Luego, al leer una carta suya, sabe de qué hablaba: de la inocencia. Johnny le ruega que siga siendo inocente, que no se acostumbre a lo que no deja de ser un modo de vivir necio. Su rebeldía no tiene sentido en el fondo. Si por un azar vencen en alguna pelea a los socials, no por ello dejarán de ser lo que son: individuos sin futuro, marginales, algunos incluso delincuentes carne de prisión. La salvación está en el instituto, en la literatura, en la escritura. Rebeldes es un ejercicio, una redacción escolar sincera que tal vez sea el único medio, el orificio por donde huir de la mediocridad que lo envuelve. Una mediocridad, no obstante, salpicada a veces por actitudes de galanía sureña.
El poema al que se hace mención es de Robert Frost.
De la Naturaleza el primer verde es oro,
su matiz más difícil de asir;
su más temprana hoja es flor,
pero por una hora tan solo.
Luego la hoja es hoja queda.
Así se abate el Edén de tristeza,
así se sume en el día el amanecer.
Nada dorado puede permanecer.
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