Tiempo de vida no es una novela, pero puede leerse como tal. La escribe Marcos Giralt Torrente, hijo de Juan Giralt, pintor madrileño ubicado en una corriente abstracta que lo ha hecho uno de los pintores mejor considerados por la crítica de estos últimos lustros. La relación entre ambos no fue buena. Juan abandonó a su mujer y a su hijo y no se responsabilizó demasiado en la educación del mismo. Se vieron a lo largo de los años, pero la relación no fue ni lo buena ni lo cordial que Marcos hubiese deseado, entre otras razones porque Marcos no se preguntó nunca ni quiso entender qué pudo motivar el distanciamiento del padre. Este libro es una respuesta, es un intento de aproximación a las causas. Lo escribe, o empieza a escribirlo, poco después de la muerte del padre. Un cáncer lo irá carcomiendo lentamente durante dos años agónicos. Será durante este periodo de tiempo cuando ambos van a estar más juntos, cuando el trato se vuelve íntimo y no habrá más persona en que apoyarse sino uno en el otro. La enfermedad los va a unir, pero también, al final, va a separarlos definitivamente. La serenidad con que Marcos Giralt acomete la escritura de esta comprensión dolorosa me ha emocionado. Pienso en mi propio padre, pienso en cuántas cosas nos separan y en cuántas nos unen, y comprendo que pesan más estas últimas que las primeras. Por mucho que la vida haya propiciado conductas incomprensibles, si la voluntad es llegar al tuétano de las mismas las brumas desaparecen y empezamos a entender que no hay un blanco y un negro contrapuestos, hay infinitos matices, y es de uno de ellos del que debemos tirar para extraer la sustancia que nos aporte paz y nos permita la indulgencia. Imagino que no es fácil abordar sin pudor un asunto que concierne a pocos, pero que sabemos es universal en tanto en cuanto todo padre comete errores a ojos de su vástago, por mucho que se esfuerce en conservar la imagen primera, la de hombre alto y fuerte que se enfrenta al dragón de las pesadillas. E imagino que el resultado final, de una gran sencillez expositiva, es el fruto de un esfuerzo titánico por no dejarse llevar, por tener uncidas las emociones a un propósito sereno: ajustar las cuentas consigo mismo y asumir los errores cometidos, tanto los suyos como los ajenos, como parte de esta condición humana que nos hace sublimes pero también míseros. El libro es la crónica de un amor entre dos seres que se saben dignos el uno del otro, pero que nunca han sabido decírselo salvo al final. Sólo por ello ya vale la pena leerlo. Y también porque, sin ser novela, es un ejercicio literario de lo más ambicioso y conmovedor.
Página 2 (11/05/10): Marcos Giralt Torrente
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