domingo, 15 de agosto de 2010

La paciencia de la araña


En estos días de vacaciones, de ciudad en ciudad por las carreteras peninsulares, durmiendo en hoteles acogedores donde caer rendido tras las visitas de rigor a catedrales, cafeterías y barrios de belleza admirable, tenía dos opciones a la hora de escoger lectura (si era leer lo que me apetecía antes de dormir a pierna suelta, siendo la alternativa contraria dejarse deslizar sin más preámbulos por los toboganes del sueño): una novela policiaca de Andrea Camilleri, o bien un novelón de Saramago titulado Historia del cerco de Lisboa. Mi propósito primero era hincar el diente a esta maravilla, pero cada vez que lo intentaba o miraba sus páginas amazacotadas de letras, sin un punto y aparte, sin un guión que introduzca las intervenciones de los personajes, me entraba tal pereza que cerraba el libro y escogía dormir. La necesidad de leer, sin embargo, acaba imponiéndose, e inicié La paciencia de la araña, historia protagonizada por Salvo Montalvano, policía de Vigàta, en Sicilia, octava entrega de la serie ideada por Camilleri, primera que leo de este autor. La novela aborda un caso de secuestro, el de una muchacha, Susana Mistretta, hija de un empresario venido a menos, por cuya liberación sus captores piden una suma imposible de pagar si no es que colabora un tío suyo, que sí posee esa suma. En la obra, claro está, no importa tanto el secuestro como lo que se oculta tras las razones del mismo. La pericia de Montalvano le llevará a descubrir secretos familiares, motivos mezquinos, la urdimbre de una telaraña fabricada a lo largo de mucho tiempo, pensada para una única y preciada víctima. Al mismo tiempo, el lector irá conociendo a este personaje herido física y emocionalmente, que mantiene una relación al parecer seria con Livia, su novia que vive y trabaja en Génova y que ha pasado con él unas semanas mientras se recupera de un disparo en el hombro. Ésto impide a Montalvano incorporarse a su comisaría de manera oficial, pero no colaborar en el caso a petición de sus jefes. Poco sé de Andrea Camilleri. Sí que es un escritor que se dio a conocer en su madurez gracias a este personaje, que conoce bien la isla en la que sitúa sus novelas (algunas de ellas de género histórico), y que ha creado un policía a la altura de otros tantos que tachonan la literatura policíaca europea de los últimos lustros: perfectamente verosímiles y angustiosamente humanos. Aquí, la conciencia de estar haciéndose mayor, la convicción de que la justicia no siempre acierta en sus veredictos, llevan a Montalvano a no condenar los actos delictivos que va conociendo durante el periplo de sus pesquisas y a ceder, finalmente, ante lo que considera un ajuste de cuentas calibrado, consecuente con el mal padecido, irreversible. Una novela, pues, que va más allá de la mera resolución de un caso, que nos descubre pesares que anidan en el alma de las gentes y en la tierra en la que habitan, una Sicilia de sentimientos extremos, malos y buenos.

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