Pienso que una de las virtudes que debe tener una novela histórica es la de lograr que el lector no crea en todo instante que está leyendo una novela histórica. Alguna vez que he pretendido leer algunas de las que estos últimos lustros se han convertido en auténticos best-sellers, he tenido la impresión de que la única voluntad de su autor era demostrarnos lo mucho que se ha informado sobre el periodo que aborda. Una novela histórica, al igual que cualquier otra, sea cual sea el género literario al que pertenezca, debe hacernos olvidar el adjetivo que la califica. Estamos leyendo una novela, y si esa novela escrita en el presente sitúa su acción en el pasado, su acierto será hacerla verosímil sin alharacas documentalistas. ¿Que cómo se alcanza esto? Entre otras maneras, consiguiendo que el narrador de la historia no se deje contaminar por el autor; que se limite a explicar lo que sucede sin necesidad de justificar en todo instante la razón del escenario histórico escogido. Doctorow es un reconocido novelista, uno de esos escritores ensombrecidos por la figura de otros contemporáneos suyos; pero cuya obra responde a una coherencia artística a la altura de los grandes. Por lo que yo sé, siempre se ha decantado por el género histórico y por un momento especialmente importante para los EEUU, el situado a inicios del siglo XX. Sus novelas se han convertido en clásicos indiscutibles, y lo de menos es que lleven la coletilla detrás. La última, la que he terminado de leer estos días, tiene como título Homer y Langley, y está basada en la historia real de dos hermanos.
Los hermanos Collyer fueron encontrados muertos en 1947 en el interior de su casa, donde vivían solos. Sus vecinos alertaron a la policía de Nueva York tras varios días sin que dieran señales de vida. La policía, al intentar entrar en la casa de cuatro plantas, comprobaron que la puerta estaba atrancada por dentro. Tampoco los bomberos pudieron acceder a ella. Hubo que realizar un agujero en la azotea. La casa estaba a rebosar de todo tipo de objetos. Entre ellos, miles y miles de periódicos apilados a lo largo de más de treinta años, y libros. Fueron precisamente algunas de estas pilas de papel las que se desplomaron sobre el cuerpo de Langley, que murió aplastado. Homer, inválido y ciego, falleció a los pocos días de hambre y sed, tras una larga agonía. Las toneladas de cachivaches halladas en aquel edificio convirtieron a los dos hermanos en celebridades, y supongo que muchos ciudadanos debieron preguntarse entonces qué debe ocultarse tras una mente que se propone reunir a su alrededor tal cantidad de material inservible.
Doctorow recoge esta historia, probablemente ya olvidada, y convierte la vida de estos dos personajes en el centro de interés de una novela escrita en primera persona por Homer. Pese a estar ciego, dispone de una máquina de escribir pensada para invidentes. Una de las libertades que se toma Doctorow es alargar en la ficción la vida de los hermanos. En la realidad, según he apuntado más arriba, sus cadáveres fueron encontrados en 1947; pero para un escritor al que le interesa la Historia de su país del modo que le interesa a Doctorow, hubiera sido un desperdicio no servirse de Homer para realizar un viaje temporal a lo largo de un siglo en el que los EEUU ha sido estandarte de lo mejor que puede ocurrir en democracia y de lo peor también. Langley sirve en el ejército durante la 1ª Guerra Mundial, y su experiencia va a trastornarle para siempre. Homer, ciego a los veinte años, vivirá necesariamente a rebufo de su hermano, y tendrá que aceptar las excentricidades, las manías, los nuevos remedios con los que pretenderá curarle de una ceguera que él considera reversible. Desde su casa situada frente a Central Park, serán testigos de los cambios que irá sufriendo su ciudad pero también el mundo, pues Langley no perdonará un día sin comprar las dos ediciones de todos los periódicos que se publican en Nueva York. Su intención es crear, por medio de recortes y sinopsis escritas a máquina, un único ejemplar que pueda leerse en cualquier lugar y tiempo, en el que queden recogidas las noticias imprescindibles que den idea de cómo somos los humanos y cuáles nuestros actos más representativos. Homer, por su parte, buscará refugio en su piano y en las pocas mujeres que consigue conocer. La ceguera no es un impedimento para su felicidad, y si bien Langley manifiesta síntomas de no estar en sus cabales, es bien cierto que gracias a él le ha sido posible vivir bajo techo y protegido de un mundo cada vez más agresivo, del que le llegan ecos pero casi siempre susurros.
Lo difícil de esta novela, pienso, es no haber caído en la tentación de convertir a estos personajes en motivo de burla. Langley es víctima de un monstruo que progresivamente ha ido haciéndose más poderoso. El mundo le va demasiado grande y en su obsesión por almacenar cuanto cree reutilizable y encuentra en la calle, parece responder a un deseo nunca bien explícito por crear a su alrededor un orden en el que estar a gusto. En el fondo se trata de una huida, de un viaje hacia ninguna parte. De familia adinerada, Homer y Langley son los últimos vástagos de una saga que desaparecerá con ellos. Lo que acumularon a lo largo de unas pocas décadas, en la realidad y en la ficción, son los restos de una civilización en declive, los posos de una ciudad que llegado el momento los convertirá en atracción de feria para civiles ociosos, y luego en noticia estrella de sucesos.
Muy cierto, José Manuel, el verdadero reto de las novelas históricas consiste en hacer que el lector olvide ese calificativo. Han de ser ficciones buenas y creíbles. Punto. Doctorow es sin duda uno de los autores que esto lo hace de manera magistral, mientras que a la mayoría de los autores de novela histórica les cuesta no demostrar en cada página lo mucho que se han documentado y no paran de dar lecciones -innecesarias- al lector. Insoportable.
ResponderEliminarEn ese sentido, creo que deberían aprender de los autores del XIX que cultivaron la novela histórica. Desde Galdós hasta Tolstoi, lo importante para ellos eran los personajes, que resultaran verosímiles, y del periodo histórico no tanto los datos o los acontecimientos, como el espíritu presente en ellos. He ahí donde creo que está el secreto de hacer una buena novela de las llamadas históricas. Aunque, ¿qué novela no es histórica salvo las de ciencia-ficción o las de fantasía? Y ni éstas creo que se salven...
ResponderEliminarGracias, Elena, por el comentario.
Es un tema controvertido este de la novela histórica. EStoy de acuerdo contigo ¿qué novela no lo es? Toda obra refleja su tiempo. Incluso aquella que se desplaza unas décadas, unos siglos, destila el punto de vista del presente desde el que se mira, de modo que una novela llamada histórica ofrece una visión temporal de ida y vuelta.
ResponderEliminarOcurre que con esta etiqueta algunos editores están dando gato por liebre y flaco favor le hacen a la gente que cree a pies juntillas, por ejemplo, fantasías animadas de ayer y hoy como verdades históricas (danes browns, cátaros varios, romanos viciosos, catedrales de los mares, etc.)
Me apunto el libro que reseñas.
(¿Por qué no una novela histórica de ciencia ficción planteada en el futuro? ¿no te parece sugerente hablar de la memoria del futuro?)
(Crees que es novela histórica, por ejemplo, las seis novelas de "El laberinto Mágico" de Max Aub) ¿O es, pura y llanamente, un exorcismo? Yo no sabría qué decir.
No he leído El laberinto mágico de Aub, así que me lo apunto. La idea de una novela histórica planteada en el futuro es realmente interesante. No sé si algún autor habrá abordado el reto. Lo miraré, porque me parece, como tú dices, sugerente eso de hablar de la memoria del futuro. No me extrañaría que Verne lo hubiese hecho ya en alguna de sus novelas menos conocidas.
ResponderEliminarMe alegro de verte por aquí. Un cronista de su tiempo como tú encaja bien en la entrada.
Un abrazo.