domingo, 6 de septiembre de 2009

Inquietud


Hay novelas que resultan extrañas pero que al mismo tiempo fascinan porque sus historias se salen de lo común, transitan mundos hechiceros y el modo en el que se nos cuenta no obedece a la fórmula causa y a seguido efecto, sino que desconocemos la causa, y eso, como lectores, nos hace sentir desprotegidos, a expensas de un devenir impredecible que no busca tanto la sorpresa como abrir un sedero que alivie nuestro desconcierto. Inquietud, de Julia Leigh, posee estas características y demuestra que para crear escenarios inquietantes no hay por qué recurrir a una tramoya en la que predomine la parafernalia de los monstruoso o de lo gótico, basta con unos personajes y un narrador que actúen ante nuestros ojos sin un pasado ni un futuro conocidos, que sean meras criaturas pensadas para ser el esqueleto de un argumento morboso en el que una mujer, Olivia, regresa al castillo de su familia en Francia, tras varios años casada con un “cerdo” que le ha roto el brazo. Vuelve acompañada de sus dos hijos. El castillo lo ocupa su madre, su hermano Marcus, su cuñada Sophie, una criada llamada Ida, y unas gemelas que ayudan a esta última. El mismo día que Olivia recupera el espacio de su infancia y sus hijos conocen a su abuela, Marcus y Sophie pierden el bebé que esperaban, por nacer la criatura con varias vueltas del cordón umbilical alrededor del cuello. A lo largo de varios días, Sophie, enajenada a causa de lo acontecido, cargará con el fardo en el que va envuelta su niña mientras la familia sufre la progresiva descomposición del cuerpo, y su marido, incapaz de arrebatárselo, aguarda el momento en que las circunstancias le faciliten las cosas. Será Olivia la que finalmente tome la iniciativa…

Julia Leigh, con su estilo sereno, bajo el que sin embargo se oculta una fuerza telúrica que aviva la inquietud del lector, orbita el mismo planeta del que se alimentan autores como Coetzee o McCarthy, grandes nombres que desde hace poco tiempo (descubrimientos tardíos) logran que como lector no haya perdido aún mi pasión por la literatura.

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